Salir por pies ante la inminencia de una película musical es conducta entendible; es humano y, a veces, hasta saludable. Pasar por alto “Los paraguas de Cherburgo” llevados por la musical-fobia es un error de cálculo irreparable, a no ser que uno dé marcha a atrás y reconsidere su postura. El apego o la antipatía para con los musicales –no hay términos medios- tal vez depende de la capacidad del sujeto para asimilar que equis personajes que, segundos antes, andaban enredados en una conversación cualquiera, de repente rompan a entonar canciones de crípticos mensajes. Uno nace preparado para entender lo de “con un poco de azúcar esa píldora que os dan…” o no, y punto. Primer inconveniente, pues, que, sin embargo, Demy se quita de encima: fuera diálogos. No se pronuncia ni una sola palabra en “Los paraguas de Cherburgo” si no es al son de las músicas (jazz, big band, baladas, chanson…) que Michel Legrand compuso para la ocasión. ¿Todo cantado? “¡Pero eso es incluso peor!”, pueden pensar algunos. Segundo error de bulto. Hagan la prueba: pulsen el ‘mute’ en el mando a distancia, quítenle el color a la pantalla y, ¿qué nos queda? Una canónica historia dramático-sentimental en la que chica conoce a chico, chico parte al frente, chica se queda embarazada, y ha de casarse con otro por aquello del qué dirán. Ophüls, David Lean, Douglas Sirk o cualquier otro maestro del melodrama no habrían variado ni una coma del storyboard de Demy. Porque quizá la noción de que toda la película es(tá) cantada pueda llevar a engaño: no se trata de un puñado de canciones encajadas lo mejor posible para construir un relato coherente –esto no es un disco de King Crimson-, sino un guión musicado, una ópera moderna que, aunque supeditada a la cadencia de la banda sonora, a las rimas, se mueve en un lenguaje nada lírico.
Ahora restauremos el color para poder apreciar el toque endemoniadamente retro-pop de los decorados y dejémonos llevar por Demy, Legrand y esa Catherine Deneuve de 20 años -¿acaso ha habido criatura más hermosa en este u otro universo conocido? ¿Grace Kelly? Bueno, es posible…-. Dada la estructura clásica de “Los paraguas de Cherburgo” no pasan ni cinco minutos antes de que las reticencias sean derribadas y uno se suba al tren de ese romance ‘más grande que la vida’ abocado, como en toda buena tragicomedia, al desastre, para no apearse hasta la última parada. Llegados a ese punto, al día siquiente quizá, lo que extrañaremos será que el mecánico no nos dé el parte de daños al compás de un tango, que no haya melodías en los reproches de tu chico/a o las broncas del jefe. Ya se sabe, cuesta muy poco acostumbrarse a lo bueno y la pericia de Demy al ensamblar música y guión (o viceversa), la naturalidad de unos actores que en absoluto dan la impresión de estar cantando –por supuesto, ni hablar de bailes o similares- no hace sino enriquecer un dulce que nos es conocido y que nos encanta: las buenas historias, las ‘de toda la vida’, bañadas en la música de un genio.
Bizet se habría quitado el sombrero ante “Los paraguas…” y no sólo por la belleza insultante, casi irreal, de Deneuve. En 1964 él habría encarado su “Carmen” exactamente igual a como Demy concibió las cuitas de esta Geneviève Emery. Con modernidad, pero fiel a unos cánones bien definidos.