Entre el humor ácido y el fatalismo bascula la ópera prima deMartin McDonagh, que narra el viaje de dos hampones a Brujas para ocultarse tras cometer un asesinato en Londres. Uno de ellos (Colin Farrell) acarrea serios problemas de conciencia, y de eso es de lo que se sirve McDonagh para mostrar, en cierto sentido, la cara oculta o íntima de los gangsters; su lado ‘humano’. Y lo hace empapándolo todo de genuino sarcasmo británico que, tanto Farrell, radicalmente alejado de su rol chulesco hollywoodiense (por ende, bastante más digerible), como el grandullón Brendan Gleeson, canalizan con muy buenas maneras, dejando claro que, incluso no habiéndose destacado nunca por papeles especialmente simpáticos, tienen magníficas dotes para la comedia.
A pesar de haber retratado Brujas a placer, sus monumentales y cuidadísimos edificios, los canales que le dan ese aire de Venecia gótica, es más que probable que a McDonagh le acaben declarando persona non grata por aquellos lares; un «agujero infecto», una «mierda de ciudad», según el personaje de Farrell. Los agravios verbales para con la ciudad belga son constantes, pero todo sea por el bien del espectáculo.
La bancada puede respirar tranquila, porque el director inglés ha urdido un guión brillante que ha convertido en una película divertida y absolutamente hilarante por momentos, plagada de diálogos metafísico-chorras que harían las delicias de Quentin Tarantino. Y aunque su cinta no apela demasiado a las balaceras ni a la acción a cualquier precio para llamar la atención del espectador, lo cierto es que, llegado el momento de los tiros (que acaba llegando, al fin y al cabo entre pistoleros anda el juego),McDonagh se muestra igualmente solvente en esas lides.
«Escondidos en Brujas» es un divertimento nada pretencioso que coloca a su director en la repisa de las nuevas promesas, y que deja una pregunta flotando en nuestros inquietos cerebros: ¿cuántos disparos tienen que sonar en una plaza belga para que algún policía haga acto de presencia? No le pregunten a Martin McDonagh. Él tampoco parece tenerlo muy claro.