Si se consigue obviar la perversión ideológica inherente al hecho de que una de las industrias bandera del capitalismo emplee millones de dólares en glosar vida y milagros de un líder guerrillero y comunista convencido; si es posible dejar de lado esa contradicción de base que supone la última cruzada de Steven Soderbergh, entonces es factible también apreciar en toda su grandeza esta«Ché, el argentino», sus valores cinematográficos y, por descontado, su valiosa carga documental. Cine histórico religiosamente fiel a unos hechos (la revolución cubana) y a unos personajes (el ‘Ché’ Guevara, pero también Castro, Camilo Cienfuegos u otros adalides del levantamiento) que Soderberghha afrontado sin atisbo alguno de condescendencia para con el icónico protagonista, tratando en la medida de lo posible de no realizar juicios de valor sobre sus actos o sus ideas. Soderbergh, con la imprescindible colaboración de un Benicio del Toro en permanente estado de gracia, recrea el relato que de sus días como guerrillero dejó escrito el propio Guevara en distintos diarios, y tanto ha querido precisar el director de «Sexo, mentiras y cintas de vídeo» que no le ha bastado con una sola película:«Ché, el argentino» es sólo la mitad de esta obra, que comienza con Guevara y sus compañeros a bordo del Gramma con destino a Cuba y echa el telón provisional tras la huida de Batista y el triunfo de la revolución. Para la segunda parte quedarán los años como burócrata del ‘Ché’ y su posterior asesinato en Bolivia.
Con o sin contradicciones morales, con o sin el beneplácito de los interesados (Castro no está del todo feliz con el resultado), la figura del ‘Ché’ Guevara encuentra aquí y ahora una obra referencial, rigurosa, que margina el falso romanticismo que ha convertido su figura en poco más que un logotipo. Al menos así es por lo visto en esta primera parte, aunque mucho tendrían que torcerse las cosas para que «Ché: Guerrilla» echase por tierra todo lo mucho y bueno que «Ché, el argentino» ha traído consigo.