El escritor Philippe Claudel debuta en la dirección con un relato de su autoría que gira en torno a una mujer (Kristin Scott Thomas), recién salida de prisión, que intenta recomponer los restos del naufragio junto a la familia de su hermana pequeña.
Claudel se muestra como un afilado cazador de personalidades, siempre al margen del cliché, pero, sobre todo, logra construir una cinta que engancha aun discurriendo por los terrenos del drama descarnado. Y lo hace el francés al desnudar su historia, de entrada, de referencias y explicaciones sobre su personaje principal para ir poco a poco colmando los interrogantes que a todos nos surgen. ¿Por qué esta Juliette Fontaine, antigua doctora, culta y educada, ha pasado 15 años a la sombra? ¿Qué horrendo crimen cometió y qué le llevó a cometerlo? Todas estas cuestiones del pasado se van desgranando al tiempo que esa mujer de mirada vacía, tan muerta por dentro como puede estarlo alguien que sigue respirando –muy a su pesar- sale adelante en un mundo que ya no reconoce como suyo.
La ópera prima tardía de Claudel –va para la cincuentena- está al nivel de los trabajos más sólidos de sus compañeros generacionales. Él no parece, no obstante, haber necesitado mucho entrenamiento ni demasiado bagaje. Ha suplido cualquier carencia con cabeza, talento y, claro, con Kristin Scott Thomas.