Un tren con media docena de marines destino a Kosovo, un jefe de estación corrupto pero con un sentido del patriotismo a prueba de bombas, y un alcalde (y su pueblo) que vé en esa mini tropa su Mr. Marshall particular. Esos son los elementos que pone en liza el rumano Cristian Nemescu para bordar una lúcida metáfora de ese «vengo, veo, venzo, tomo lo que quiero y me voy por donde vine» marca de la casa del ejército del tío Tom. Una cinta que el propio Nemescu no pudo ver terminada ni estrenada por culpa de un desgraciado accidente de tráfico que le costó la vida. Sin embargo«California Dreamin'» supone un documento póstumo que, aunque inconcluso -es probable que el montaje definitivo hubiese rebajado las dos horas y veinte de metraje- e imperfecto, rezuma humor y capacidad crítica.
Crítica para con los yanquis, cuya arrogancia queda definida meridianamente en el personaje de Armand Assante, un militar veterano no demasiado dispuesto a tolerar negativas de infraseres tercermundistas; y crítica para los habitantes de esa aldea perdida de Rumanía a los que, como ya hiciera Berlanga hace más de medio siglo en su Villar del Río, Nemescu dibuja como una manga de paletos mendigando los favores del amigo americano, entregando su comida, su bebida y hasta sus mujeres, a cambio de nada. Para cuando la canción de los Mamas and the Papas que pone nombre a la película llama a los títulos de crédito, los soldaditos han saciado su hambre y su sed de alcohol y sexo, y sólo dejan tras de sí una batalla campal a palo y piedra.
Es la historia del mundo, y Cristian Nemescu la condensó en el corazón de la patria de Drácula. Brillante testamento el suyo. Descanse en paz.