Cinturón-RojoDavid Mamet se introduce en el cine de artes marciales. Vivir para ver. Pero no hay que alarmarse; no es que el de Chicago se haya aliado con el Jackie Chan o el Van Damme de turno. Si bien el leit motiv de «Cinturón rojo» es el jiu-jitsu, y su protagonista (Chiwetel Ejiofor) un maestro de dicha disciplina, Mamet le rodea de una red de engaños y traiciones marca de la casa con la intención de subirle al ring, algo a lo que el personaje de Ejiofor se niega en redondo para salvaguardar ciertos códigos de honor del karateka.

Hace tiempo que Mamet dejó de hilar tan fino como lo hiciera en aquellas milimétricas charadas que fueron «Casa de juegos» o «Las cosas cambian»; pero aún conserva su estilo impecable, su clasicismo, y a Joe Mantegna (aunque sea en labores secundarias). En «Cinturón Rojo» casi todo parte de conexiones vagas o confusas, cuando no absolutamente cogidas por los pelos, y ése es el caso de la irrupción en pantalla de Emily Mortimer, a la postre desencadenante del grueso de la trama; un ejemplo notorio de cómo forzar situaciones con el único propósito de levantar de la nada estructuras argumentales poco verosímiles. Aunque es el cine un juego de trucos e ilusiones casi siempre, los buenos tahúres jamás dejan asomar sus cartas por la manga. Mamet vive de las rentas, tira de oficio y rara vez aburre; pero no es ese perfil bajo lo que se espera de alguien que ha brillado con fuerza como director y escritor en el pasado. No son de recibos los laureles para los más listos de la clase cuando se limitan a aprobar por los pelos.