A unos les van los tiros, otros prefieren aterrorizar al personal, hay quienes buscan la introspección, y a Noah Baumbach sólo le interesa una cosa, a juzgar por lo mostrado hasta ahora en «Una historia de Brooklyn» y en esta «Margot y la boda»: relaciones interpersonales, especialmente aquellas enquistadas en el resentimiento, por unos u otros motivos. Si en su ópera prima pasaba por el microscopio las cuitas de un matrimonio en crisis, ahora opta por sondear la unión entre dos hermanas, Nicole Kidman y Jennifer Jason Leigh, muy diferentes, muy distanciadas, que tratan de camuflar con cordialidad y buenos sentimientos heridas muy profundas que, a pesar de los esfuerzos de ambas, terminan inevitablemente por salir a la superficie.
Baumbach crea dos caracteres casi contrapuestos: una es metódica, racional, mujer de cierto éxito profesional; la otra vive con las ideas poco claras, casi por inercia y sostenida por pseudo-filosofías de guías de autoayuda. Aunque todo es apariencia, o todo es relativo porque, y ése es el brillante giro que Baumbachintroduce con tremenda sutileza, ni la hermana perfecta es tan equilibrada como se presupone, ni la disfuncional está tan lejos de alcanzar la felicidad como ella cree. «Margot y la boda» va desarrollando esos dos personajes protagonistas sin que apenas se sucedan acontecimientos relevantes, más allá de las conversaciones, los encuentros y los desencuentros entre Kidmany Jason Leigh (quienes, casi huelga decirlo, están formidables). No hay trama propiamente dicha, aparte de esa boda (o proyecto de boda) del título; la excusa idónea para este choque fraternal. Eso es lo único que se cuenta, y el resto es puro accesorio que, en el caso de Jack Black (el novio) y su histrionismo, desentona aquí como un flaco en un óleo de Botero. Black parece a todas luces fuera de lugar dentro de este cuadro sobrio y reposado que el director neoyorquino compone, y su presencia sólo puede responder a la voluntad de Baumbach por introducir un cierto elemento cómico en la cinta. De otra manera es incomprensible la participación de un actor que, haga lo que haga, acaba siempre entregándose al exceso y a la carcajada (la carcajada de aquellos que le encuentren gracioso). En cualquier caso, con o sin bufón de por medio, Baumbach ha vuelto a salir por la puerta grande tirando de historias mínimas y personajes que, ante todo, tocan de lleno con los pies en el suelo; con el valor añadido, en este caso, de contar con dos actrices tan atractivas por fuera (cada una a su modo) como llenas de talento por dentro. Éxito asegurado (y merecido).