La-ronda-de-nocheGreenaway aparca durante dos horas y cuarto su iconoclastia y sus efluvios crípticos para entregar una cinta, si no convencional, sí bastante más entendible por el vulgo de lo que acostumbra a ofrecer el inefable realizador británico. “La ronda de noche” no oculta ninguna piedra rosetta argumental, Greenaway se lanza a glosar los últimos años en la vida del pintorRembrandt Van Rijn, centrándose en la relación con su mujer, Saskia, y la elaboración de un cuadro, el que da título a la cinta, que le trajo más de un quebradero de cabeza al despertar las iras de algunos aristócratas de la época merced a ciertos mensajes sibilinamente ocultos en él por el pintor. Tratándose del director de“Drowning by numbers”, esta semblanza podía ser de todo menos ortodoxa; Greenaway combina dos de sus grandes pasiones: las artes plásticas y el teatro, y escenifica su historia con una vocación absolutamente teatral, transmitiendo en todo momento la sensación de estar asistiendo a una representación desde un patio de butacas cualquiera y no a una proyección cinematográfica. Para redondear su tributo al celebérrimo pintor convierte planos en cuadros, imitando luces y sombras con religiosa fidelidad a las atmósferas de Rembrandt, y es ese trabajo de fotografía lo más destacable de “La ronda de noche” desde un punto de vista técnico. Sin embargo, la película se sostiene por sí sola en el retrato de la personalidad de Van Rijn, su cohorte de amigos, amantes y advenedizos, o la embustera idiosincrasia de las altas esferas de la época.

Un digno homenaje de un esteta consumado hacia otro. Dos maestros de lo subliminal inmortalizados mano a mano para la historia por obra y arte del cine.