EncarnaciónUna actriz de segunda (o de tercera) en la cincuentena, acuciada por la escasez de ofertas laborales que padecen todas las mujeres de la profesión llegadas a ciertas edades, trata de sobrellevar el peso de los años a base de silicona y modelitos a lo Ana Obregón. Ésa es «Encarnación», Erni, según su carnet del sindicato de cómicos; un personaje y unos lances vitales que son una jugosa invitación al drama y a la vivisección anímica de esa mujer «pública» y antaño sex-symbol de provincias que se derrumba merced a las arrugas y los estereotipos. Invitación, sin embargo, que Anahí Berneri aprovecha sólo a medias porque, si bien el personaje central está primorosamente matizado y mejor encarnado (nunca mejor dicho) por Silvia Pérez; la directora argentina no ha querido o no ha acertado a mostrarlo en coyunturas que realmente pongan de manifiesto sus miedos, sus inseguridades, toda la confusión de quien pierde la belleza y el esplendor de la juventud, las únicas armas que conoce no sólo para ganarse el pan, sino para desenvolverse entre colegas y admiradores. En lugar de colocar a su actriz titular en trance alguno, Berneri retrata, a un ritmo especialmente lento, una serie de situaciones a primera vista casi intrascendentes en la vida de ésta, negando, además de todo el potencial amargo de su heroína, una mínima evolución o cambio, alguna revelación que justifique el devenir de la cinta.

«Encarnación» acaba por constatar lo que ya sabíamos, que en la vida, y mucho más en el show-business, el joven se come al viejo; pero nos deja con las ganas de profundizar algo más en la manera en que esta Erni de pelo oxigenado y escotes de quinceañera lidia con todo eso. Otra vez será. Siempre puede uno echar mano de «El crepúsculo de los dioses» o «Noche de estreno» si lo que se quiere son buenas crónicas de la desazón de la actriz madura. Wilder y Cassavetes sí que hicieron los deberes.