Shyalaman parece haberse cansado de pasarse la vida buscando la pirueta última, ese giro maestro al final de cada guión con el que epatar a un público ansioso por volver a experimentar el sobrecogimiento y el shock que se les vinieron encima con el dichoso niño que veía muertos. Si ya en la anterior «La joven del agua» el indoamericano renunciaba en gran medida a eso de resolver toda la historia en los minutos postreros de la película, en esta «El incidente» se decide de manera firme por no dar explicación alguna. En cierto modo, Shyamalan deja aquí las conclusiones en manos del espectador, como si tratara de gastarles una broma pesada a aquellos que siempre esperan de él lo inesperado.
En el relato que M. Night ha pergeñado para la ocasión se empiezan a suceder, sin motivo aparente, suicidios en masa; la gente de pie se vuela los sesos, se arroja de edificios o se cuelgan de los árboles… adiós mundo cruel. Eso es todo lo que necesita el director de «El sexto sentido» para colocar a Mark Wahlberg y Zooey Deschannel «on the road», que diría Kerouac, huyendo de nadie sabe qué hacia quién sabe dónde. Nada más. Un argumento que es el colmo de la simpleza dentro de la producción menos ambiciosa artística y técnicamente de Shyamalan hasta la fecha, con buen potencial inquietante apoyado en alguna que otra secuencia «acongojante» marca de la casa y la constante innegociable en su cine: lo de este hombre es el suspense, el terror, pero inyectándolo siempre de una cierta moraleja humanista-ecologista de la que nuestra querida raza humana suele salir la mayoría de las veces bastante mal parada. Bien es cierto que la disposición de los que acuden a ver sus películas tal vez no sea la idónea para asimilar reflexiones de ningún tipo, pero quién sabe, es posible que su «mensaje» cale al menos de forma subliminal.
«El incidente» no intenta engañar a nadie; hora y cuarto de escapismo puro y duro, más o menos el mismo tiempo que debió emplear su autor en trazar las líneas maestras de su nueva película sobre una servilleta de papel. Más o menos lo que tarda uno en olvidarla después de que se hayan encendido las luces de la sala mientras se percibe el runrún murmurante de los que opinan que esto no es digno de un genio. Sin embargo, a día de hoy, Shyamalan no ha reclamado tal título. Él sólo hace películas.