Delitos-y-faltasMucho se ha hablado de las filias europeas de Woody Allen, de su predilección por BergmanDreyer o los neorrealistas italianos. Son continuas las divagaciones filosóficas y metafísicas aun dentro de sus comedias más locas, y esa «intelectualidad» le ha alejado a menudo de sus paisanos. Pero el imaginario del director de«Manhattan» no se construyó a base de visionar «El séptimos sello»compulsivamente; como buen cinéfago Woody ha devorado por igual el legado de los hermanos Marx, de Wilder o, por supuesto, de Don Alfredo Hitchcock. De forma directa o indirecta, soterradamente o a las claras, Allen ha rendido tributo al perverso realizador inglés en un buen puñado de películas. «Misterioso Asesinato en Mahattan» podría ser su particular revisión de «La ventana indiscreta»; en la reciente «Match Point» se lanzaba de cabeza al thriller hitchcockiano puro y duro, ya sin bromas ni parodias, y era esta «Delitos y faltas» su personal «Crimen perfecto». El asesinato aderezado con reflexiones sobre la culpa y el castigo y, cómo no, con un par de docenas de líneas de diálogo dignas del cerebro privilegiado de Allen. Dardos destinados a acabar en cualquier antología de citas célebres («La última vez que estuve dentro de una mujer fue cuando visité la estatua de la Libertad»), crítica gastronómica («Qué bueno ese ratón al curri. A mí casi me derrite los dientes»), o expresiones dignas del gamberro que siempre ha llevado dentro («Por ahí llea un taxi. Si nos damos prisa podemos tirar a esa anciana a la cuneta y quitárselo»). Genio y figura.

El judío neoyorquino atravesaba una de tantas etapas pletóricas de su carrera. Estamos en el ocaso de la «era Farrow»: acaba de entregar «Otra mujer» y a continuación llegarían «Alice» y «Sombras y niebla». Seguramente no sea «Delitos y faltas» la más brillante de sus producciones mientras duró el matrimonio artístico y sentimental con Santa Mia de Calcuta, y es que la (auto)competencia era muy dura en ese aspecto; pero este Woodyviajaba a ritmo de crucero y rara vez decepcionaba a los incondicionales. Por echar mano del siempre socorrido ejercicio del etiquetado, «Delitos» podría alinearse dentro del grupo de películas que fusionaban algo de drama con las inevitables gotas de comedia, junto a «Manhattan», o «Hannah y sus hermanas». Esas cintas en las que todo parece bastante serio hasta que aparece él,Woody la persona, Woody el personaje -¿o acaso han sido siempre la misma cosa?-. Con su estampa no transmitiría seriedad ni recitando a Chéjov.

El eterno círculo de la vida para Woody Allen tiene forma de cámara de cine. Para nosotros, el año no se divide en estaciones, sino en trabajos del de Brooklyn.