Nevando-voyEs a veces difícil, y quizá hasta injusto en cierta manera, mostrarse severo en la crítica hacia obras que, sin duda, han nacido ajenas al enfant-terribilismo y la pretenciosidad; películas que tan sólo aspiran a retratar de manera sencilla y diáfana vidas pequeñas con sus pequeñas alegrías y sus pequeñas grandes miserias. Cuando las intenciones del director (directoras, en el caso de «Nevando voy») se antojan honestas y en absoluto impostadas hay un valor añadido que debe trascender los tecnicismos o los errores de novato.

Candela Figueira y Maitena Muruzabal han tratado de reflejar a través de su cinta la penosa situación laboral de casi todos, aliñándola con un valor que se supone ajeno a cualquier tipo de crisis: la amistad, el trato humano. Ángela, su protagonista, encuentra su primer empleo en una fábrica de cadenas anti-nieve y ésa, su primera experiencia como trabajadora, comienza en un ambiente idílico de patio de colegio (puede que irreal) para irse agriando poco a poco por el roce, la rutina y los malos tragos personales de cada cual. «Alicia en el país de las maravillas», versión clase obrera navarra.

Esta pareja de directoras debutantes ponen ternura y buenas vibraciones, aunque el primer escollo con el que se topan no es fácil de superar: un elenco voluntarioso, pero muy alejado de los niveles de credibilidad o solvencia que se deben esperar de actores profesionales. La expresiva y preciosa Laura de Pedro no se basta para suplir el poco rodaje de sus compañeros, incapaces de ortorgarle a «Nevando voy» y a sus personajes, la graduación emocional que se les supone. Unos personajes, por otra parte, trazados de manera demasiado irregular, en los que se obvia lo que no se debe y no se da por hecho lo que está sobreentendido, operándose en ellos cambios tremendamente bruscos y nunca explicados que sólo obedecen a la falta de destreza de sus creadoras para llevarlos de manera natural adonde realmente quieren. Hay mucho corazón y poca cabeza en su cinta, aunque sea eso a la postre lo que la salve del desastre: la capacidad de ganarse la simpatía del espectador por encima de todas sus carencias. Al fin y al cabo, las debilidades siempre se pueden superar con la práctica, pero el alma… el alma ni se estudia ni se compra.