Los-perros-dormidos-mientenBobcat Goldthwait flota en el imaginario colectivo como el más neurasténico de los reclutas de «Loca academia de policía». Aquello le dio fama y dinero, y la posibilidad de explotar esa imagen de desequilibrado peligroso; pero que nadie se equivoque, porque lo cierto es que de loco no tiene un pelo el amigo Bob, o en todo caso es la suya una locura que no le ha impedido desarrollar su ingente talento como escritor cómico para televisión. Ahora ha llegado el momento de poner toda esa chispa y ese ritmo de sit-com ácida al servicio de esta comedia romántico-escatológica que tiene como máxima el refrán que, en parte, encabeza su título original (atrozmente traducido y peor interpretado por estos lares) y que, en román paladino, vendría a decir que, ciertas cosas, mejor no «menealas».

La protagonista de «Los perros dormidos mienten», durante una de esa fases de «experimentación» por las que atraviesan todos los adolescentes, practicó sexo oral con el mejor amigo del hombre (una tarde tonta la tiene cualquiera) y es ese guarrete secreto de su pasado lo que da pie a Bobcat para dejar muy claro, a golpe de secuencias descacharrantes, que un exceso de sinceridad puede ser tan dañino como pasarse de la raya con la mendacidad. Ya se sabe: ojos que no ven (u oídos que no escuchan), corazón que no siente.

A pesar de la llamativa premisa de la que parte la cinta, a pesar de lo que cualquiera podría imaginarse, «Los perros dormidos…»navega mucho más cercana al humor sardónico de clase media de«Seinfeld» o «Frasier» que de las salvajadas de los hermanosFarrellyGoldthwait mantiene un cuidadoso equilibrio entre lo grueso y lo sofisticado; no hay excesiva extravagancia en sus personajes (excepto por el «incidente» canino, claro), lo que le otorga a su trabajo la suficiente verosimilitud como para convertirlo en un divertido y desacomplejado ejemplo de lo relativo que es aquello del «Puedes contármelo todo, cariño; sea lo sea yo te voy a seguir queriendo igual». ¡JA!.