El todo terreno Denys Arcand («Las invasiones bábrbaras») se monta su propia versión del hombre maduro, alienado y eternamente cabreado a lo «American Beauty» y, de camino, le da un repaso de padre y muy señor mío a la clase burguesa de la tranquila Canadá, donde, por lo que parece, cuecen tantas habas como en el suburbio yanqui que imaginó Sam Mendes. Para más paralelismos, incluso la mujer del protagonista es una agente inmobiliaria tan emperifollada y pagada de sí misma por fuera como seca por dentro, lo que condena a su marido a ahogar las embestidas carnales entre sesiones onanistas y ensoñaciones varias a las que se entrega siempre que surge la ocasión. Este Jean-Marc LeBlanc (Marc Labréche) comienza focalizando la raíz de toda su amargura en el sexo (o en la ausencia de…) para ir descubriendo poco a poco que son muchos más los cimientos defectuosos sobre los que asienta esa vida suya, en principio tan pacífica y privilegiada. Arcand, además, tiene la buena idea de hacer de él un burócrata de los servicios sociales y así, mediante los testimonios de las almas en pena que desfilan por su despacho, se encarga de repartir más cera (áun) a la sociedad de esta era moderna, esta edad de la ignorancia obsesionada por el ser, el tener y las estulticias de lo políticamente correcto; desposeída de valores sólidos. Aunque la cinta vadea los terrenos de la comedia ácida, tremendamente cruel y misántropa por momentos, a la hora del desenlace el director canadiense deja muy claro que esto no es ninguna broma.
«La edad de la ignorancia» puede caer, efectivamente, en ciertos lugares comunes a las desventuras de Kevin Spacey y sus fantasías con cheerleaders bañadas en pétalos de rosa, pero contiene los suficientes elementos originales y propios como para no restarle méritos argumentales a Arcand, quien no busca tanto el realismo (no en las situaciones que plantea) como la reflexión crítica, y es por ello que se permite exageraciones varias y hasta secuencias que son puro slapstick. Entre «American Beauty» y su película los lazos son más espirituales que formales; aunque si se trata de potencial lacerante y brillantez, ambas son hermanas gemelas.