La-duquesa-de-LangeaisCon un par de actores soberbios (Guillaume Depardieu y Jeanne Balibar) y un elenco secundario de lujo; con una ambientación eminentemente realista apoyada más en localizaciones que en atrezzo, y el relato de marras de Honoré de Balzac, el muy provecto Jacques Rivette, el hombre que según Truffaut prendió la mecha de la nouvelle vague, construye una adaptación de “La Duquesa de Langeais” sencilla, casi espartana en sus formas, pero esplendorosa a la hora de recrear el toma y daca amoroso entre Armand de Montriveau y Antoinette de Langeais.

Las pasiones arrebatadas y adúlteras de la pareja las modelaRivette a modo de sucintos teatrillos; texto introductorio más secuencia, una y otra vez, para crear esta elipsis del deseo que comienza por el final, aunque ello no implique que se tire por tierra un ápice de intensidad dramática. Lo capital en “La Duquesa de Langeais” no es tanto el punto de partida del romance o su desenlace inevitablemente trágico, como toda la suerte de “sí, pero no”, “te quiero, pero te odio” que se suceden entre los dos protagonistas. Cómo el que desea acaba siendo el deseado; cómo la experta en sutiles juegos de seducción termina enredada en la telaraña de un amor imposible.

Rivette se muestra muy respetuoso con el texto de Balzac, tratando de no perder, en la medida de lo posible, la fuerza de unos diálogos ardientes o las docenas de axiomas sobre el querer, la mujer y el hombre que vertió en sus páginas el genio de las letras francesas. Por su parte, Depardieu pone el magnetismo animal y Balibal la delicadeza y los dobles fondos morales de la alta aristocracia francesa de la época.

Como Rohmer con “La inglesa y el Duque” o “El Romance de Astrea y Celadón”, también Rivette parece haberse entregado al romanticismo con la vejez, cosa que celebramos. De clásicos vivos adaptando clásicos muertos sólo pueden derivarse grandes obras y, aunque excepciones habrá que confirmen la regla, no es el caso del viejo Jacques. Su último trabajo es una auténtica delicatessen para los paladares cinéfilos (y literarios) más exquisitos.