Allá por el año 88 del pasado siglo una paupérrima comunidad uruguaya fronteriza con Brasil espera la visita del Papa con no poco regocijo, en la fundada esperanza de que el viejo Wojtyla provoque una de sus multitudinarias orgías de cristiandad que lleve algo de riqueza a sus chabolas. Una oportunidad para escapar de la miseria. Una oportunidad para sonreír. Una oportunidad para hipotecar lo que no tienen en pos de un sueño resbaladizo.
César Charlone y Enrique Fernández proponen una suerte de cuento de la lechera, versión gaucha y de tintes neorrealistas, en el que retratan las condiciones de vida de esos desdichados protagonistas introduciendo asimismo una cierta encrucijada moral cuando uno de ellos duda entre servir o no al funcionario corrupto de turno. Pobres pero honrados, ésa es la consigna.
Actores en su mayoría no profesionales, escenarios míseros y una buena carga de verdad en esta «El baño del Papa» («Bienvenido, Mr. Papa» también habría sido un buen título) de la que el difunto Juan Pablo II ya no podrá disfrutar (al menos no desde este mundo terrenal), pero sí su heredero Benedicto, y él, Ratzinger, no haría mal en contemplar la cinta de Charlone y Fernándezpara someterse a una buena cura de realidad. Aunque el mensaje aquí es universal, entendible en el Vaticano o en la Conchinchina, y todo se reduce a un viejo refrán: a perro flaco todo se le vuelven pulgas. Un concepto condensado con meridiana claridad por este tándem de directores uruguayos.