Antes-que-el-diablo-sepaHacer cine en una industria tan pensada por y para regocijo del público juvenil como la americana a la muy provecta edad de 84 años, es algo digno de todos los encomios, y algo más: es casi un milagro. O tal vez se trate sólo de que Sidney Lumet es tan rematadamente bueno y solvente que ni siquiera los ejecutivos con babero de los grandes estudios osan negarle el pan y la sal al director de «Tarde de perros»Lumet morirá con las botas puestas y sentado en su silla plegable de madera; entregando productos de calidad incuestionable como esta «Antes que el diablo sepa que has muerto», una intriga dramática vivida por dos hermanos, dos Caín (o dos Abel, que cada cual decida) en busca de dinero fácil cuyo particular golpe del siglo acaba complicándose de muy mala manera. Dos perdedores víctimas de la Ley de Murphy: si algo puede salir mal, saldrá peor.

Lumet descompone la narración en flashes y flashbacks, dando dos y hasta tres puntos de vista diferentes de cada suceso. Comienza por el final y va dosificando escenas no sólo del malogrado robo, sino de las propias vidas de los protagonistas, para mostrar a las claras que su fracaso como criminales no es más que otro peldaño en su particular escalera de caracol de pifias vitales. ¿Alguien creía que eso de las deconstrucciones temporales era terreno acotado de los TarantinoMendes y compañía? ¡Un poco de respeto a las canas, por favor! Lumet siempre fue un clásico modernista, o un moderno clasicista (tanto monta…), sin miedo a experimentar, sin miedo al riesgo. No le tiembla el pulso al abrir su película con una torridísima secuencia de sexo entre Philip Seymour Hoffman yMarisa Tomei, y el resto de la jugada le sale redonda en todos los sentidos, incluidas unas tareas actorales matrícula de honor.Ethan Hawke sigue creciendo como intérprete cada año que pasa; el veterano Albert Finney, remarcando eso de que la experiencia es un grado; y P. S. Hoffman, sencillamente arrollador. Sus ten con ten con Hawke son verdaderos duelos en la cumbre sabiamente orquestados por el maestro Lumet, que redimen a éste de haber contratado a la muy limitada Tomei para formar cuadrilla con semejantes monstruos. Eso sí, admitamos queMarisa está ahora más deseable que a los 20 años, por lo que que es comprensible la atracción del director norteamericano por ella. Esas curvas son cosa seria.

Lo que Sidney Lumet ha hecho en su última película ha sido enseñarles la puerta de salida todos los directores jovenzuelos que se presentan en Tinseltown sin un ápice de frescura en sus alforjas. Si no son capaces de, al menos, igualar el trabajo de un octogenario con cuarenta películas a sus espaldas, harían bien en dirigirse a la oficina de empleo más cercana. ¡Y que viva la tercera edad!