Gregory Hoblit se aplica eso de que lo comercial no quita lo valiente (ni lo efectivo) y que, además, no tiene secretos para un tipo amamantado en los pechos de series de glorioso recuerdo como «Canción triste de Hill Street». Si se trata de poner en liza a policías a la caza y captura del asesino, siguiendo pistas y desenmarañando jeroglíficos Greg suele salir casi siempre bien parado.
En «Sin rastro» hay policía (la mil veces bella y mil veces desperdiciada Diane Lane), hay un asesino con un concepto ciertamente barroco del arte de matar, y, cosa de estos tiempos modernos, internet tiene no poco protagonismo: el psicópata que la Lane persigue filma y retransmite sus gestas macabras a través de la red de redes; lo que da pie a una pequeña reflexión sobre la sociedad del morbo y el Youtube. En cualquier caso, doctores tiene la Iglesia para argumentar acerca del particular, porque en la cinta de Hoblit es tan sólo el modus operandi que aporta contemporaneidad a la historia y la acerca a las nuevas generaciones (aún a riesgo de que los más ancianos y/o analfabetos tecnológicos del lugar se acaben perdiendo entre tanta jerga «internetera»).
«Sin rastro» es la prueba viviente de que incluso en un género tan trillado y requetesobado como el thriller también hay clases. Greg Hoblit sabe entretener sin renunciar a un estilo sobrio y en absoluto mareante. Cuestión diferente es la vigencia a largo plazo de una cinta plagada de referencias, gadgets y conceptos ultramodernos, que probablemente no sea demasiada. Es lo que hay: ya casi nada nace para durar. De aquí sólo la hermosa Lane pasará con nota el examen del tiempo.