Para bien o para mal el III Reich, sus miserias, sus tropelías, son fuente inagotable de argumentos para cualquier contador de historias que busque temas de calado humano, incluso con un punto antropológico. Stefan Ruzowitzky y sus «falsificadores» ponen el punto de mira en los estertores del reinado nazi, con los esbirros de Hitler buscando fondos desesperadamente para su cruzada y recurriendo a la falsificación de dólares y libras esterlinas. Para ello, y según relata la novela de Adolf Burger aquí adaptada; reclutaron a un «batallón» de judíos especializados en el tocomocho que recibían, a cambio de sus delictivos servicios al Führer, un trato más civilizado y unas condiciones de vida relativamente aceptables.
La cinta de Ruzowitzky no tarda en descubrir sus cartas: plantearse lo ético del proceder de estos «privilegiados». Aunque no hay mucho debate a ese respecto; esos hombres tienen ante sí la alternativa de vivir un poco más, o morir. Así de simple. Realista o no, el austríaco se decanta por destacar el carácter heroico de sus personajes, sin olvidarse de las inevitables dosis de crueldad y sadismo que emana cualquier relato enmarcado en Auschtwitz y alrededores.
«Los falsificadores» no alcanza las cotas de dureza ni de impacto psicológico de otros recientes testimonios fílmicos del holocausto, caso de «Sin destino» o «El último tren a Auschwitz»; pero igualmente resulta una obra sólida y bien construida que tiene entre sus bondades el descubrirnos a un actor, Kart Markovics, de físico imposible y gran talento al que parecen haber teletransportado directamente de algún barracón polaco como esos en los que malvive su personaje y que han sido recreados de manera soberbia para la ocasión. Todo un descubrimiento esteMarkovics, y un esperanzador cambio de registro para Ruzowitzky, al que, hasta ahora, sólo conocíamos por la muy mediocre cinta de terror de diseño «Anatomía». Redención se llama eso.