Marc Forster («Stranger than Fiction») carga a sus espaldas con la ambiciosa tarea de resumir las tres últimas décadas del devenir del pueblo afgano al tiempo que despacha una de las mayores historias de amistad y lealtad (o acaso ambas cosas sean lo mismo) jamás contadas. Dos niños crecen juntos en Kabul, como amigos, como hermanos; juntos, pero no revueltos: el uno es hijo del sirviente del otro y le profesa, amén del mentado amor filial, una devoción inquebrantable. Aunque los críos, críos son y el agasajado caerá en la confusión de los celos que le provocan el no poder estar a la altura de la entrega incondicional de su compañero. Por ello esa amistad que es germen de este relato va a tambalearse. Después, la invasión rusa del país hará el resto.
«Cometas…» puede ser epopéyica en su puesta en escena (buenos dólares bien aprovechados por el director alemán) pero nada grandilocuente en la evolución de sus personajes. Aquí no hay más heroísmo que el que la propia dignidad humana exige y, por momentos, ni siquiera eso; a veces la cobardía gana la partida. Sin embargo, siempre hay tiempo para la redención y ésa es la moraleja de esta parábola moderna. Como las cometas que danzan con la cámara de Forster a través de la belleza polvorienta del desierto afgano, las vidas de los protagonistas se alejan para volver a reencontrarse con más fuerza, si cabe. La cinta va más allá de las múltiples y reduccionistas lecturas que pueda tener ese binomio esclavo/devoto, la benevolencia con la que se aborda el tema o la contraposición entre el «paraíso» americano y el infierno talibán; al fin y al cabo Forster mira a través de los ojos de su protagonista y ésa es su realidad. «Cometas en el cielo» dosifica sentimientos y estados de ánimo; pasa de lo bucólico a lo atroz en cuestión de segundos, pero no se ceba en exceso ni en las dosis de buen rollo ni en la atrocidad. El sufrimiento está presente, sin que ello niegue un espacio a la necesaria esperanza. La película deForster da para eso y mucho más; no sólo es un impecable y exuberante ejercicio estilístico, sino un reducto de humanidad reconcentrada que sólo podrán tildar de sensiblero aquellos por cuyas venas no corra ni una sola gota de sangre.
Todo el esfuerzo económico, artístico e incluso sentimental que se ha puesto en juego para hacer volar esta cometa ha merecido, y mucho, la pena; aunque no se esperaba menos de alguien con la sensibilidad y el savoir-faire del autor de «Descubriendo Nuncajamás». Afortunadamente, a Marc las candilejas del éxito aún no le han helado el corazón.