el-hombre-sin-edad-aNadie va a poner en duda a estas alturas de la película que Coppola es, ha sido y será uno de los grandes, por los siglos de los siglos (amén). «El Padrino» y «Apocalypse Now»; sólo hay que dejar caer esos títulos encima de la mesa para reducir a polvo cualquier reticencia sobre la valía del director italoamericano. Sin embargo, no es menos cierto que los genios suelen, de vez en cuando, darse tremendos batacazos; quizá por el exceso de ego, quizá porque, al fin y al cabo, son humanos. Y Coppola también se los da, ¡y de qué manera! Francis es desmesurado en el triunfo, pero casi más excesivo a la hora de dilapidar presupuestos multimillonarios en películas que todos perciben como fallidas de antemano menos él. Se la pegó con «Corazonada», fracasó con todas las de la ley con «Tucker», y ahora también ha querido que este siglo XXI cuente con una de sus pifias estelares.

En «Youth without youth» («Juventud sin juventud») partimos de la Rumanía de entreguerras, donde un científico (Tim Roth) rejuvenece sesenta años tras caerle un rayo encima, y viajamos a través de cuatro décadas (que casi parece que «suframos» en tiempo real) hasta llegar a la India de los años 60. ¿La explicación? Pura metafísica, o pseudo-metafísica. La filosofía y la charlatanería de ínfulas espirituales pueden ser parientes muy cercanas en ocasiones, y Coppola se despacha con un desvarío infumable sobre el origen de la vida y el eterno retorno que comienza a hacer aguas en el minuto cinco y no hace más que empeorar en las dos horas siguientes. Es en esos primeros compases de la cinta cuando a uno le asalta la sensación de que nada avanza; que nada de lo que narra la pantalla tiene demasiado sentido y, lo que es peor, que muy probablemente no vaya a tenerlo en ningún momento.

El bueno de F.F.C. se ha contagiado del síndrome Aronofsky y su «fuente de la vida»: la historia, lo que demonios sea que quiere transmitir, sólo existe dentro de su cabeza. Ahí, en el interior del cerebro de director, «Youth without youth» debe ser la panacea, la piedra rosetta de la creación; para el resto, incluidos los pobres espectadores, esto es tan sólo una boutade formidable y muy cara.Coppola no sabe hacer películas pequeñas, para disgusto de los administradores de su productora, American Zoetrope. Para su última entrega cinematográfica no sólo ha viajado por media Europa y parte del Himalaya, sino que se ha sacado de la chequera una suntuosa puesta en escena de época. Todo muy meritorio, cuidado hasta el paroxismo, como no podía ser menos del hombre que por poco pierde la salud rodando la caza del Coronel Kurtz; todo, incluido el estupendo trabajo de Roth, al servicio del disparate y el bostezo.

Esperemos que esos viñedos que el barbudo realizador regenta en California den buenos caldos este año. Le va a hacer falta vender mucho vino para recuperarse de ésta. Y a nosotros beberlo.