Viaje-a-DarjeelingEsta nueva aventura de Wes Anderson parte de un cortometraje, «Hotel Chevalier», en teoría gestado para ser proyectado/visionado antes de «Viaje a Darjeeling», algo que no se ha cumplido en la mayoría de los países en los que la cinta se ha estrenado y que, en cualquier caso, resulta del todo intrascendente (salvo para los que sientan curiosidad por contemplar los encantos de Natalie Portman tal y como su madre la trajo al mundo). Ese flashback parisino en la historia del personaje de Jason Schwartzman («Academia Rushmmore») que supone el corto-precuela no es la piedra Rosetta que ayude a descrifrar «Viaje a Darjeeling» porque, sencillamente, no hay nada que descifrar. Con Anderson cambian los escenarios, cambian los lugares y de vez en cuando (no siempre) cambian los actores, pero nunca abandona esos relatos suyos tan peregrinos que encierra en narraciones, para algunos exasperantemente parsimoniosas, donde coloca a las que son las joyas de su corona: toda una pléyade de personajes perdedores y perdidos, con pinta de no saber muy bien de dónde vienen y, mucho menos, hacia dónde van. Tipos y tipas arrasados por el drama que, sin embargo, nunca nos dan pena, porque en manos deA nderson y su humor dadaísta su patetismo no puede sino llevarnos a la carcajada. No obstante, se antoja descabellado encasillarle dentro de la comedia. Pero sí que hay algo que se puede constatar y es que Bill Murray fue luz y guía (y un cabronazo tronchante) en «Los Tenenbaum» o «Life Aquatic», y su ausencia en «Viaje…» (sólo nos regala un pequeño cameo) se deja notar, y mucho. Cualquier película, por floja que sea (y lo cierto es que Anderson no anda muy inspirado de un tiempo a esta parte), gana enteros con Murray escupiendo cinismo a diestro y siniestro. Sea como sea, con o sin Bill, la última entrega del director tejano deja tras de sí una estela de agotamiento creativo importante, y apenas ninguna escena memorable marca de la casa que echarnos al estómago.

Es saludable, incluso deseable, que haya tipos como Wes Anderson empeñados en construir un universo personal e intransferible al margen de la corriente principal de Hollywood; pero hasta los universos que brillan con más fulgor necesitan que alguien los ventee de vez en cuando para que se renueve el aire. El cine de Anderson pide a gritos un buen baldeo si no quiere terminar arrastrado por el fango como su compañero de generación y, en tiempos, gran (y mordaz) esperanza blanca americana, Todd Solondz. Toca remangarse y exprimirse la sesera en busca de nuevas musas, amigo Wes.