El-último-tren-a-Auschwitz«El último tren…» es la prueba viviente de que, para acercarse a los lances más terribles del III Reich no es necesario pisar los campos de concentración. La «fiesta» nazi comenzaba en los trenes que transportaban a miles de judíos hacia el exterminio, y es dentro de uno de esos vagones de la muerte donde Dana VávrováJoseph Vilsmaier nos «invitan» a pasar (y a sufrir) un par de horas. Cien almas encerradas en unos pocos metros cuadrados; sin agua, sin comida, sin aire… y días y más días por delante.

El cuadro de Vávrová y Vilsmaier es perfecto y preciso en su recreación de la claustrofobia y la histeria, la locura y el pánico que no tardan en anidar en la pantalla cuando esos hombres y mujeres, sometidos a condiciones inhumanas, comienzan a perder la esperanza. En ese vagón del que casi nos llega el vaho de la humedad y el hedor de los muertos (y de los vivos) sólo queda espacio libre para la memoria, para el recuerdo de tiempos mejores que esta pareja de directores (y a la sazón pareja en la vida real) introducen aquí y allá en forma de certeros flashbacks. Ésa es la única válvula de escape para sus personajes y para el espectador. Y aunque nadie podrá tener jamás una noción exacta de lo vivido en semejantes situaciones, excepto los propios implicados, trabajos como la cinta que tenemos entre manos, que extrae todo el jugo posible de ese vagón de carga gracias a un inteligentísimo montaje y una escrupulosa cinematografía, son una crónica, atroz pero necesaria, de hechos que nadie debe olvidar. «El último tren…» es un oscuro monumento a la ignominia que golpea muy fuerte en la conciencia de todo aquel que se precie de tenerla.