Si el maestro Ford legó como (humilde) epitafio aquel «Me llamo John Ford, y hago westerns», el amigo Romero tiene bastante claro que se llama George y que hace películas de zombies. Cuatro décadas lleva despertando muertos de noche, de día, al amanecer, en la tierra o en este diario que ahora se saca de la manga. En su quinta entrega de resurrectos caníbales Romero vuelve a ir directo al grano: ni cómos, ni porqués, ni falta que hace. Los difuntos se levantan con hambre de carne fresca (carne que buscan a paso de tortuga, como mandan los cánones; nada de esos zombies velocistas modernos) y eso es todo lo que hay que saber; es todo lo que George necesita para meterse en el bolsillo a sus incondicionales.
La coartada de «Diary of the dead» es la realización por parte de un grupo de jovenzuelos y jovenzuelas de muy buen ver de un documental sobre la invasión de los dichosos muertos vivientes; lo que da pie a Romero para marcarse una suerte de «El proyecto de la Bruja de Blair» con casquería de la buena y, de paso, adelantarse a Jaume Balagueró y su celebrada «[rec]» en eso de hacerle vivir al espectador en primera persona la histeria de los protagonistas y los mordiscos de los monstruos.
Afortunadamente, con los años el director neoyorquino ha ido dotando a sus películas de unas sanas (y quizá inevitables) dosis de autoparodia. Porque «Diary…» tiene sin duda los elementos propios del género, dispara la adrenalina y los sobresaltos, pero aquí y allá asoma el elemento cómico que, entre otras, denota que Romero es lo suficientemente sabio como para no tomarse en serio a sí mismo. Y así, siguiendo los pasos de su autor, es decir, sin darle la menor importancia a nada de lo que sucede en pantalla, cabe la posibilidad de pasar un rato divertido y bastante «campy» con la versión 5.0 de los muertos vivientes made in George A. Romero.