Jean-Dominique Bauby, director de una prestigiosa revista francesa y bon vivant consumado quedó paralizado de pies a cabeza a los 42 años por culpa de un derrame cerebral. Baubypodía oír y ver; podía pensar, pero nada más. Aún así, se las arregló para dictarle a su secretaria la novela «La escafandra y la mariposa», suerte de reflexiones de un alma sin cuerpo o, para ser más exactos, de un alma encadenada a un cuerpo sin vida. Y ahí que se lanza el pintor metido a director de cine Julian Schnabel(«Antes de que anochezca»), muy amigo de retratar vidas complicadas (las fáciles tienen poco atractivo), a convertir en imágenes las palabras de J.D.
La de Schnabel ha sido una apuesta arriesgada, con un planteamiento que podría haberle hecho caer en el tedio o la reiteración, quizá hasta en la demagogia; pero sale airoso de su órdago, en parte por su tremendo talento creativo, en parte por lo valioso del material que tiene entre manos: un auténtico viaje virtual por la psique de alguien que sobrevive en la desgracia, a veces muy a pesar suyo. Contrariamente a lo que algunos pudieran prever, no hay espacio en «La escafandra…» para el debate pro o anti eutanasia; esto no es «Mar Adentro», sino una crónica del «así es mi día a día» de alguien sujeto a circunstancias excepcionales.
Aunque no hace uso exclusivo de esa perspectiva, buena parte de la cinta de Schnabel ha sido rodada en un fingido punto de vista en primera persona que, sin duda, colabora de manera decisiva a la comunión entre el espectador y la situación de Bauby. Ese examen lo pasa con nota Julian, especialmente en los compases iniciales de la película, donde el objetivo de su cámara capta con mayor intensidad el desasosiego de su protagonista, matizado por la voz en off de Mathieu Amalric, el actor encargado de encarnar al malogrado protagonista, y de quien, en un principio, Schnabel no nos deja ver nada, para ir introduciendo su imagen más adelante a través de flashbacks y ensoñaciones varias. También esos tramos del relato los saca adelante el neoyorquino con pericia, es ahí donde su espíritu de retratista, de artista de vanguardia, se pone de relieve a través de una serie de secuencias cercanas al videomontaje. Sin embargo, nada en «La escafandra y la mariposa» tiene tanta fuerza como cuando contemplamos los ojos de Amalric (¿se puede transmitir más con menos recursos gestuales?) mientras su mente ironiza, divaga, se desespera, se emociona… mientras ese cerebro sigue adelante, en definitiva, aún sin su sustento físico.
Si el cine es o no el hobby de Julian Schnabel, su recreo al margen de los pinceles y las brochas que le dan de comer, eso no lo sabemos. Pero, si se trata de un pasatiempo, desde luego no se le da nada mal; mucho mejor que a algunos que se llaman a sí mismos profesionales del celuloide. Tal vez sea eso precisamente, la falta de presión, la no profesionalidad, lo que le confiere la libertad artística suficiente para crear obras como ésta.