Irina-PalmUna majestuosa Marianne Faithfull se mete hasta el tuétano en la piel de una abuela coraje que, desesperada por conseguir dinero para curar la enfermedad que amenaza con acabar con la vida de su nieto, termina realizando trabajos manuales (es decir, masturbando a señores) en un club de mala muerte del Soho londinense. Argumento truculento cuanto menos el que se inventaSam Garbarski para su película y que, sin embargo, resulta mucho más duro y sórdido en su sinopsis que en la propia puesta en escena. En «Irina Palm» el tránsito de esta antigua veraneante de Benidorm desde sus partidas de canasta con té y pastitas en provecta y chismosa comunidad hacia esos arrabales dantescos del sexo se produce con cierta naturalidad (con demasiada naturalidad, quizá). Ya se sabe, es «un trabajo como otro cualquiera…».

«Irina…» esconde más ternura e ingenuidad (toda la que Faithfulles capaz de transmitir a su personaje, y más) que dramatismo. Sin llegar a las cotas irreales de puta feliz de «Pretty Woman» y similares porque, entre otras cosas, y por muy buenas manos que tenga esta asistente de Onán, no hay Richard Gere que valga para rodearle el cuello de diamantes, lo cierto es que en la cinta de Garbarski todo resulta mucho más light de lo que cabría esperar. El director alemán parece más interesado en realizar una alegoría de la independencia femenina, de lo duro que resulta dejar atrás el lastre de los prejuicios a mujeres como su protagonista, que en enfrascarse en diatribas sobre el mercado de la carne.

Salvando los patentes problemas de ritmo que congelan la narración en más ocasiones de lo deseable, a Garbarski le ha salido una obra más que correcta y, claro está, llena de morbo para el que lo quiera buscar. Pero terminemos con el nombre con el que comenzamos estas líneas: Marianne Faithfull. Una actriz valiente, muy valiente, la, en tiempos, concubina de Mick Jagger. Su sola presencia, su sola voz, es coartada suficiente para acercarse a las cuitas de Irina Palm.