Buda-explotóSe acostumbra a tratar con cierta indulgencia primermundista a casi todo el cine de origen exótico, a esas películas facturadas en lugares en los que, se supone, ni siquiera es sencillo conseguir cámaras, focos, o actores. Sencillamente, hay zonas del planeta donde el solo hecho de llevar a buen término unos cuantos metros de celuloide ya constituye un éxito en si mismo. Aunque no es el caso de «Buda explotó por vergüenza», a pesar de su procedencia. No lo es desde el punto de vista técnico, porque su factura es irreprochable, capturando siempre desde la sencillez el poderoso y desolador paisaje afgano donde se desarrolla la historia que los hermanos Makhmalbaf ha inventado. Pero tampoco desmerece su capacidad para poner los puntos sobre las ies del conflicto talibán a través de brillantes simbolismos; utilizando única y exclusivamente a niños: a la cría protagonista, que vaga de aquí para allá buscando una escuela donde le enseñen «historias divertidas», y a un grupo de pequeños guerrilleros que se encuentra por el camino.

Todo es un juego en «Buda explotó por vergüenza», todo se filtra a través de la ingenuidad de la mirada infantil y todo tiene, sin embargo, su equivalencia en el mundo adulto. Se deja claro que esos niños que juegan a matar y a torturar, matarán llegado el momento, y que esa niña que, dentro del mismo «divertimento» es vejada y maltratada, lucirá burka a no mucho tardar. Y es que la cinta de Hana Makhmalbaf puede engañar y mucho si sólo se atiende a su nacionalidad y a ese reparto plagado de mocosos. A primera vista, «Buda…» puede presentarse como el enésimo retrato simpático y costumbrista de una realidad amarga vista a través de ojos inocentes, pero lo cierto es que no tarda en mostrarse como un durísimo alegato anti-fanatismo que no trata de barnizar con una falsa capa de esperanza el muy negro futuro de sus protagonistas. No hay futuro que valga para la pizpireta Abbas (Abbas Alijome) y sus amigos, excepto el totalitarismo y la intolerancia.

No se puede contar más en menos tiempo ni con menos recursos de los que Makhmalbaf disponía. Este periplo de la pequeña gran Abbas golpea muy fuerte en la conciencia colectiva gracias a la contundente parábola que encierra y nada, ningún arsenal de fuegos de artificio, puede sustituir eso.