punto-limiteUna cinta que en su día removió conciencias y que aún hoy, cuarenta y tantos años después, sigue resultando tan sobrecogedora como entonces. Lumet , con su savoir-faire habitual, llevó a la gran pantalla una reflexión inevitable en aquellos años de guerra fría: ¿y si las máquinas, las computadoras que deciden cuándo hay que lanzar la maldita bomba, cometieran un error fatal? La posibilidad de una aniquilación a nivel global por el mal funcionamiento de un transistor o por una simple interferencia. A partir de esa premisa, y casi en tiempo real, la espera, el nerviosismo creciente y los locos de siempre manejando cifras de millones de víctimas más o menos entre las que, por supuesto, no estarían ellos.

No hay final feliz ni héroes en «Punto Límite» , sólo tipos cegados de poder que se dan cuenta demasiado tarde de lo inútil de una guerra atómica. Como acabaría por discernir años después el ordenador Joshua de la intriga adolescente «Juegos de guerra» , «extraño juego éste en el que todos pierden».

Con apenas un par de escenarios, que acentúan la sensación de claustrofpbia y sofoco, y escoltado por actores de infinito talento, caso de Henry Fonda Walter Matthau o un jovencísimo Larry «JR» Hangman , el maestro Sidney Lumet firmó su particular manifiesto antibelicista. Un auténtico puñetazo en la mandíbula de una sociedad estúpida e inconsciente que medía sus cotas de desarrollo por el volumen de sus ojivas nucleares.