Hay un buen puñado de similitudes entre el payaso de Roberto Benigni («payaso» en la mejor de sus acepciones) y su colega bufón del otro lado del Atlántico, Woody Allen. Muchas son las coincidencias físicas, ideológicas, e incluso en ambos se confunde a veces persona con personaje; pero sólo hay algo que los une de manera impepinable: a Roberto, como a Woody, hay que amarle u odiarle. No existen las medias tintas. Para unos, Benigni es un genio del humor, un cómico nato; para otros tantos el tipo que hizo chistes dentro de un campo de concentración es un charlatán insufrible que además tiene la desfachatez de reírse de las causas beatificadas por las sagradas escrituras de lo políticamente correcto. Pero no importa. Para gustos se hicieron los colores, y para los amantes del humor tibio y «blanco» se hicieron los clubes de la comedia y sucedáneos. Benigni crea siendo coherente con el gamberrazo que es y sabe que sólo disfrutarán de sus barrabasadas aquellos pertrechados con un alma no menos desvergonzada.
«Johnny Palillo» es una película «tipo» del italiano. Todo parte de un punto equis cualquiera y va a parar como una flecha al terreno de lo absurdo y la befa, siempre, eso sí, guiado por el amor deNicoletta Braschi (SU Nicoletta Braschi). En el caso de este Palillo, entre mafiosos anda el juego del malentendido, de la tergiversación; el truco más antiguo de la comedia y que Benignidomina casi con tanta soltura como esa lengua verborreica que Dios le ha dado. Sólo así, desde el disparate y los dobles sentidos, se concibe que un conductor de autobús (de colegio de niños «especiales») termine invitando a cocaína a un cardenal y a un ministro porque es «mano de santo para la diabetes», o que baje el telón de su cinta con un muchacho afectado de síndrome de Down con el rostro empolvado y en pleno subidón estupefaciente (de nuevo la diabetes tiene la culpa).
Sí. Benigni está loco. Como una cabra. Pero es la suya una locura lúcida como pocas porque, tras sus chascarrillos, tras sus irreverencias, esconde dardos envenenadísimos que, en lo tocante a «Johnny Palillo», hacen público escarnio de las corruptelas políticas en la Italia pre-Berlusconi y de los señores de la Cosa Nostra. Dardos a veces disfrazados de chistes tan naif que ni siquiera los propios damnificados se darían por aludidos, a pesar de que este clown con aspecto de dibujo animado se ríe en sus narices, y lo hace sin piedad. Bendita locura la suya, Señor Benigni. Bendita locura.