el-abueloEn este país de tortillas de patata deconstruidas y de nostálgicos de una «movida» que otorgaba visos de genialidad a los exabruptos opiáceos de Fabio Macnamara , debe ser difícil llamarse José Luis Garci . Debe ser duro intentar sobrevivir en una escena cultural acotada casi exclusivamente a los (ex) progres y a los cobistas mendigos de subvenciones. Garci , para más inri, comete el pecado capital de echar la vista a atrás y reivindicar a autores anteriores a la muerte del dictador Franco. Aunque a algunos les resulte extraño, hay vida más allá de Lorca Machado , y el director madrileño se ha ocupado a menudo de rescatar esa otra memoria histórica, la de la España de principios del siglo pasado o finales del XIX, la que no se dividía en bandos ni en consignas -sólo en ricos y pobres, que ya es bastante-. Lo ha hecho a través de las formas austeras y absolutamente literarias de «You’re the one» o«Historia de un beso» o, como en el caso que nos ocupa, adaptando con maestría una de las obras cumbre de Benito Pérez Galdós y, por ende, de las letras españolas de todos los tiempos.

«El abuelo» no sólo encierra una crítica mordaz y afiladísima a arribistas e hipócritas, envidiosos y aduladores de todo calado, también se entrega a una maravillosa parábola del amor más puro, el que no entiende de lazos sanguíneos ni de «la mierda del honor». El afecto y el apego que no se compra ni se vende, el que se ofrece porque sí, sin más motivo, sin papeles ni juramentos.

En un escenario norteño fotografiado de forma exquisita por todo un Gil Parrondo , donde acantilados y bosques llenan de belleza el campo visual, Garci desgrana las muchas bondades del texto deGaldós conservando, en la medida de lo posible, todo sus valores literarios y siendo escrupulosamente fiel a esa implacable fotografía de la España católica, apostólica y pacata de finales del XIX.

En el plano actoral la figura de Fernán Gómez , como el patriarca del título, impone. Imponen sus arrugas, impone su pelo blanco e impone esa voz nacida para declamar. A su lado brillan Cayetana Guillén Cuervo -nadie la ha retratado tan bella como José Luis -,Agustín González Rafael Alonso -«¡Qué malo es ser bueno!»- y unas cuantos rostros más pertenecientes a las mejores estirpes de nuestro cine. Un elenco sólido y sin fisuras, algo de lo que nos privan una y otra vez los nuevos «talentos» de la claqueta patria, en beneficio de nenas moninas y «coleguitas» con barba de tres dias.

No, definitivamente no debe resultar fácil ser J. L Garci en esta tierra de fariseos y veletas. Pero hay algo que está muy claro, y es que trabajos como éste le ayudarán a autoconvencerse -si es que necesita tal cosa- de que que mereció la pena ganarse el desprecio de unos cuantos imbéciles. Al fin y al cabo serán él y sus películas los que aparezcan con letras de oro en las enciclopedias del Séptimo Arte de dentro de 100 años. Las nuestras no son de oro y ni siquiera se pueden tocar, pero querrían ser de platino y brillantes cuando, como ahora, tienen que hablar de uno de los más grandes de nuestro cine.