Savage-GraceLa maravillosa Julianne Moore es el principal (quizá el único) reclamo de la cinta de Tom Kalin; una obra muy por debajo del nivel de Moore como actriz y de su bien ganado estatus, aunque, sobra decirlo, ella está tan deslumbrante como siempre en esta historia de connotaciones edípicas que recrea un sonado crimen real y que, pese a lidiar con un asunto tan chocante como el incesto, pasa sin pena ni gloria merced a una narración dubitativa, casi arbitraria a veces, y una disección de los personajes en liza francamente pobre. Kalin pone la guinda de este pastel de despropósitos logrando que la secuencia crucial de su película, el, en teoría, momento más pasional y encendido del relato, sea uncoitus interruptus en toda regla. El día en que en la facultad de cine se plantearon conceptos tales como «clímax» o «tercer acto» al amigo Tom debieron pegársele las sábanas.

Siempre nos quedará la bella Julianne y, para los amantes de los cócteles imposibles, ese impensable encuentro en la gran pantalla entre la pelirroja con más clase de Hollywood y nuestra Belén Rueda, que hace lo que puede con el inglés y que, como el resto de sus compañeros, trata de mantenerse a flote a base de talento dentro de este barco a la deriva que es «Savage Grace». Bien por la madrileña, en cualquier caso. Se merece todo lo bueno que le está sucediendo últimamente.