Para su segunda incursión en el largometraje, el antaño realizador de vídeos musicales Garth Jennings apuesta por una historia bastante más digerible y entendible que la que desarrolló en la fallida “Guía del autoestopista galáctico”. La nueva obra deJennings toca mucho más con los pies en el suelo y narra la amistad que surge entre dos críos tan distintos como necesitados de cariño y, por ende, condenados a entenderse, a quererse. Stallone, o más bien su personaje fetiche, John Rambo, será el extraño vínculo de sangre (no es retórica lo de “sangre”) que unirá al chico protagonista, educado bajo las asfixiantes normas de una comunidad cristiana ultraortodoxa y su compañero, su yang: una suerte de Huckleberry Finn versión años 80 sin padre, con madre en paradero desconocido y que ahoga sus frustraciones varias practicando con esmero el arte del acoso escolar.
Jennings enfatiza en “El hijo de Rambow” el poder de la fantasía en la mente de los niños por encima de cualquier clase de códigos sociales o familiares. Para Jennings el niño no se someterá a las absurdas leyes de los adultos si eso supone renunciar a los juegos y a la curiosidad inherente a los que apenas si han comenzado a dar pasos por el mundo. Aunque no entra en disquisiciones sobre la congregación religiosa a la que el chiquillo protagonista pertenece, dado el carácter eminentemente amable e infantil de la cinta, sí que se reparten aquí y allá los reproches a quienes, en nombre de un Dios, pretenden cercenar cualquier vestigio de inocencia en sus hijos. Asimismo, maneja también el director inglés un concepto claro: todos son (somos) los marginados de alguien. Si el beatífico personaje principal es el objeto del ‘mangoneo’ del matón local, éste lo es de los matones mayores, y así sucesivamente. El primer marginado es, sin ir máslejos, el ídolo de todos ellos, aquel Rambo que perdía el oremus en algún bosque remoto y confundía policías con “charlys”.
A Jennings le ha salido una película llena de humor y candidez que por momentos transmite ese sentimiento de hermandad pura que sólo se da entre niños y que ya pusieran de relevo títulos referenciales como “Cuenta conmigo” o “Los Goonies”. Una hermandad vivida siempre al margen de padres, madres, profesores y curas. Además de haber ganado en claridad de ideas con respecto a su debut, Jennings también ha progresado hacia unas formas mucho más cinematográficas y no tan excesivamente viciadas por su antiguo oficio de realizador de videoclips. En “El hijo de Rambow” no hay excesos estéticos ni pretensiones “arty”, sólo material de y para niños del que, por supuesto, serán los adultos los que saquen mejores enseñanzas.