Jie Liu nos propone acompañar al juez de paz Feng en su odisea de justicia itinerante por remotas aldeas de la China Interior. Una justicia sui generis y de mucha mano izquierda que este buen hombre cercano a la jubilación imparte con más corazón que atención al código penal. Para enfatizar las maneras salomónicas de este juez que sabe más por viejo que por sabio, Liu le endosa un joven aprendiz, ducho en leyes, universitario, pero ignorante de esas normas tan o más importantes que las expedidas por la Administración: las leyes del hombre, el honor y la tradición.
Así, entre disputas por cabras, divorcios e incluso alguna que otra formidable cogorza compartida con los campesinos de turno avanza esta “El último viaje del juez Feng”, eminentemente costumbrista; fotografía certera de regiones y gentes perdidas en la noche de los tiempos. Por supuesto, se impone la parsimonia. El veterano juez hace a pie su tour de la justice y la cámara del realizador chino es mera testigo de su lento progresar de pueblo en pueblo, de montaña en montaña. A los sobreestimulados cerebros occidentales no les queda otra que ralentizar los biorritmos para disfrutar de este viaje de ida a las entrañas de la burocracia rural de la patria de Mao Tse Tung.