Sex-and-deathAl protagonista de «Sex and death 101» le cae del cielo (en realidad le llega vía e-mail; estamos en el siglo XXI) una lista con los nombres de todas las mujeres con las que «yacerá» hasta el día de su muerte. La buena noticia, la cifra: 101. No está nada mal. El inconveniente, matar la incógnita; el misterio es siempre parte del placer, y por ahí es por donde asoma una de las múltiples lecturas que se le pueden dar al segundo trabajo del director Daniel Waters. Otra moraleja a extraer de «Sex and death…» es aquello de «ten cuidado con lo que deseas, porque pude hacerse realidad». Y lo que Waters parece haber deseado, y logrado en buena medida, es tomar elementos de filosofía vital de rastrillo (genuinamente americana, por supuesto) para mezclarla con latigazos de comedia ácida e incorrecta cercanas a la escuela deApatow y compañía. Todo ello enmarcado en una estética cuidadísima, muy de diseño, demasiado de diseño; aunque acorde con el día a día de (supuesto) ensueño del personaje principal y sus súper ligues. Simon Baker, el actor que da vida a ese yupi casanova, nació para interpretar este tipo de papeles.

Corriendo un tupido velo sobre las pretensiones metafísico/existenciales de Waters«Sex and death 101»funciona sobre todo en su faceta de comedia moderna y moderadamente mordaz que se sobrepone incluso a un metraje excesivo para un género en el que la agilidad lo es todo. Tal vez por ello, por esa búsqueda del producto ágil y liviano es por lo que nos quedamos con las ganas de que el autor desarrolle como se merece el personaje de Winona Ryder, convertida aquí en implacable y sádica viuda negra. Siempre le sentó bien el negro aWinona, incluso cuando no se le saca todo el partido posible a la en tiempos musa de la Generación X. Su caso es ejemplo paradigmático de una película que se queda a medio camino en casi todo.