De-Palma-RedactedSi hace poco encajábamos con no pocas reservas la tibieza mostrada por Robert Redford en la denuncia política de su «Leones por corderos», ahora es momento de, como dirían los yanquis, poner ambos pulgares hacia arriba en honor a Brian De Palma y a este auténtico cañonazo en el entrecejo de los asesinos disfrazados de militares -sea cual sea su bando- que es «Redacted». Para De Palma no valen banderas, patrias, barras ni estrellas. Los bárbaros de su película, que violan, torturan y matan, son hijos del tío Sam. Sí. Es lo que toca. Si corriera el año 44 del siglo pasado retrataría a las SS en todo su malvado esplendor; pero estamos en el tercer milenio y el horror que gritara el coronel Kurtz conoce su más cruda personificación en la Irak post-Saddam.

De Palma aclara al comienzo de «Redacted» que todo lo que el espectador verá a continuación es mera ficción; que los personajes son inventados y que las situaciones que se describen pudieron no haber ocurrido. Tan sólo un guiño sarcástico del director de «Scarface» que construye este feroz alegato recreando filmaciones caseras de los soldados, tomas de las cámaras privadas del ejército o imágenes de la televisión iraquí. De Palma imagina que, por un momento, todo ese hipotético material sale a la luz para que él pueda montarlo y ofrecérselo sin cortapisas al público. Imagina que, por una vez, alguien va y cuenta la verdad: que esos marines mitad psicópatas, mitad retrasados mentales existen y andan sueltos imponiendo su (muy) libre interpretación de las leyes. La escoria de la Tierra impartiendo justicia. El abominable rostro del mal en su estado más primitivo. «¡Sieg Heil, hijos de puita!», les grita, personaje anónimo mediante, un Brian De Palma más cabreado que nunca.

En la era del control de medios este paso adelante del realizador de New Jersey tiene una importancia capital que va más allá de las bondades artísticas del producto. «Redacted» es un rotundo ejemplo de cómo encajar todas las piezas disponibles para lanzar un mensaje absolutamente diáfano donde todo, desde las secuencias más esteticistas hasta las de -aparentemente- menos trascendencia, obedece a la necesidad de provocar en la audiencia un estado de ánimo, una cadena de reacciones que, entre la gente bien, no han de ser otras que el asco infinito y la pérdida de fe en esa raza tan torpe y cainita que es la humana.

A veces no basta con el tirón de orejas autoindulgente y conciliador. A veces (ahora) se impone una buena tanda de directos a la mandíbula como los que lanza «Redacted». ¡Sieg Heil, Mr. De Palma!