A los procesionarios de la cofradía de San John Ford tal vez les resulte herética la perspectiva de un western sin balas, sin indios, sin galopadas y sin timbas de póker regadas con whisky de propiedades corrosivas. Porque, ¿qué queda en una «de cowboys» si le quitamos todo lo anterior? Bueno, queda lo que tipos con Ford oLeone no quisieron (o no pudieron) contar. El lado íntimo de aquellos semidioses de los six-shooters, como Jesse James. Sus remordimientos, si los hubiere; la soledad del que es temido hasta por las piedras del desierto. Queda por contar la historia del hombre que le traicionó, su Judas particular: ese Robert Ford respirando mitomanía enfermiza -tal vez sólo una homosexualidad latente- que, como mandan los cánones de todo buen fan obsesivo, acaba por bañarse en la sangre de su ídolo.
Sí, quedan un par de cosas por contar en las vidas de aquellosoutlaws, y a ello se entrega Andrew Dominik sirviéndose de una novela de Ron Hansen, construyendo el anti-western por antonomasia. Su cinta es oscura, pesimista; desde el primer fotograma queda muy claro que aquí nadie va a acabar cabalgando hacia el ocaso con las alforjas llenas de dólares y el corazón descansando entre las piernas de alguna bailarina de can-can. Ni siquiera apela al glamour polvoriento de John Wayne y compañía, porque en «El asesinato de Jesse James…» el implacable invierno de la llanura americana cala los huesos, moja las botas, y hace proliferar las barbas a lo Robinson Crusoe para que el hielo que flota en el viento no rebane la piel. No hay glamour ni fantasía, pero aún y así la escenografía es regia en su realismo y los páramos nevados de Missouri conceden un plus de dureza a estos vaqueros de Dominik. Un terreno abonado para que el Brad Pittmás maduro e intimidante que se recuerda deslumbre con la leyenda y las cicatrices de su personaje al cainita de Cassey Affleck/Robert Ford -ya sabemos dónde fueron a parar los genes del talento en la familia Affleck-. Dos maneras de plantarse ante la cámara radicalmente opuestas. El marido de la Jolie tira de presencia y carisma, como no podía ser de otra forma, mientras que el pequeño de los Affleck se aferra a la técnica y a sus muchos registros. Diferentes pero compatibles como dos imanes. Y, aunque entre ambos se meriendan buena parte de la historia, no conviene pasar por alto el trabajo del veterano Sam Shepard, o del eterno secundario (y fracasado ficticio) que es Sam Rockwell(«Confesiones de una mente peligrosa»). En pocas palabras, el reparto que ha reunido el director neozelandés es tan sólido como el resto de los cimientos que sustentan su película.
Andrew ha entrado, con su segundo trabajo, en la liga que separa a los hombres de los niños, ésa en la que no sirven las medias tintas. O sabes cómo hacer películas (grandes películas) o eres otro paria más. «El asesinato de Jesse James» es una gran película, y seguro que al viejo Ford le habría gustado estampar su firma en ella.