Érase que se era un menesteroso país perdido en una esquina de la vieja Europa cuya televisión, a falta de medios y dineros -era un país menesteroso, pero pobre y agotado-, armaba con cuatro reales de vellón adaptaciones de los literatos patrios de más alto abolengo. Ya fuese en teatrillos o en series de más o menos duración, aquellas producciones enganchaban a millones de españolitos. «¡¡Pero sólo había un canal de televisión!!», graznan los escépticos de siempre. Y sólo había un canal, se lo concedemos, pero entre las pocas prestaciones de aquellos televisores-mueble de la época ya se incluía un botón para encenderlos o apagarlos, apagarlos o encenderlos. Pocos elegían apagarlos. Preferían sumergirse en los relatos de Poe o Bradburyque arreglaba un tal Luis Peñafiel (Chicho Ibáñez para familia y amigos) en sus «Historias para no dormir»; en las veladas de teatro que llegaban de la mano de Oscar Wilde o Miguel Mihura desde «Estudio 1», o en las entregas por capítulos de obras magnas de nuestras letras: del «Fortunata y Jacinta» de Galdós a «Los gozos y las sombras» de Torrente Ballester… Pero llegó la modernidad. Llegó para lo bueno y para lo malo. Llegó la libertad, sí; libertad incluso para cambiar de canal con el mando a distancia. Llegó la tecnología, llegaron el destape físico y el verbal, y llegaron los hombres de negro con sus maletines para decidir que a la gente no les gustaba Blasco Ibáñez o Galdós; que esos nombres olían a rancio, a armario alcanforado, que todo eso era pasado y que en este país nadie quería pasado, ni recordarlo ni tenerlo. Así, poco a poco, el amigo americano nos fue conquistando con sus series de superpolicías y superladrones, de hospitales, de ovnis, o de tres amigos que viven juntos y son la monda lironda. Tanto nos gustaron que era cuestión de tiempo que alguien se hiciera la fatídica pregunta: ¿Por qué no hacer nuestras propias series de policías, hospitales, y de tres amigos que son la monda? Seguía sin haber mucho dinero, al menos no tanto como en la tierra de Mickey Mouse, pero algo había. Actores, lo que se dice actores, sólo nos quedaban los viejos, pero aspirantes a actores había mil cada mañana en la cola del metro. ¿Quién dijo miedo? Adiós Mr.Wilde, adiós Chicho, adiós, cigüeña, adiós; descansen en paz. Bienvenido Dr. Martín, bienvenida tú, Aida y tu gracejo de barrio, bievenido Sr. Comisario…
UNA VEZ MÁS, POR LOS VIEJOS TIEMPOS…
Hete aquí que, en el año 1995 de nuestro Señor, cuando hacía años que un tal Milikito había alcanzado talla de deidad televisiva y Mulder y Scully llevaban ya un tiempo a la caza de hombrecillos verdes, la sacro-santa Televisión Española (de todos los españoles, amén) impulsó la adaptación del novelón «La regenta», de Alas Clarín; un señor drama decimonónico donde el honor, el amor, los celos, la envidia cochina y, en general, todos los pecados capitales dibujaban un retrato imprescindible de la España católica, apostólica, romana y cainita de finales del siglo XIX. Para sacar adelante el proyecto, la cadena oficial cedió las riendas al director y guionista Fernando Méndez Leite, que a su vez se puso en manos de lo mejor de cada casa: Gil Parrondo fotografiando,Bingen Mendizábal musicando, algunos rincones de la ciudad de Oviedo/Vetusta por donde el tiempo no parece haber pasado, y un reparto estratosférico con apellidos que huelen a tabla de escenario. En América tendrían que asaltar la reserva Federal para reunir el equivalente anglo de semejante cúmulo de talentos.
MAGISTRAL EL MAGISTRAL, REGIA LA REGENTA.
Pese a estar plagado de nombres célebres de nuestra escena, el verdadero peso interpretativo de la adaptación de Méndez Leiterecaía sobre los hombros de un par de actores jóvenes y relativamente poco renombrados que, sin embargo, estuvieron a la altura de las circunstancias. Carmelo Gómez, actor nutrido en el teatro, de potente voz y físico rotundo cuya carrera de cara al gran público apenas había despegado, ponía presencia y garra al personaje del Magistral, sacerdote de elevado discurso y de no tan elevadas intenciones que quiere hacer de esa regenta del título su santa particular para compartir rosarios, cuaresmas y lo que se tercie. Carmelo trufa de matices su creacion. Un tonillo de cura beatífico por aquí, una explosión de ira por allá, lágrimas de impotencia ante la presa que se escapa acullá… Muchos y muy variados han sido sus trabajos posteriores; pero todos saben, y él el primero, que este Magistral al que llenó de vida le perseguirá hasta la tumba.
Y enfrente de ese curita mefistofélico, debatiéndose entre la devoción y los impulsos carnales de un cuerpo de veinte años, la Regenta, Aitana Sánchez-Gijón. La Gijón cumplía con el requisito indispensable para afrontar el personaje protagonista de la novela de Clarín: es una tremenda actriz, pero además reunía en su propia estampa un par de cualidades que hacían de ella la candidata perfecta. Aitana tiene algo de angelical, quizá incluso un punto mojigato, y a la vez su belleza la convierte en una criatura absolutamente deseable, una tentación poderosa para todos los vetustianos (clero incluido) que quieren poner a prueba su «honra» y saborear su carne. Sufre virulentos ataques de abstinencia sexual que disparan la líbido de todos, excepto de su marido, al tiempo que la descarga emociones ante su lucha agonizante contra esas mismas ansias de placer le desgarran la piel. Su Regenta tiene mucho de reina sufridora, de Juana la Loca encerrada entre las rejas doradas del palacio, siempre a merced del escarnio de la «sociedad de bien».
¿SECUNDARIOS?
Es «La Regenta» una de esas historias en la que los personajes adyacentes, los secundarios, son los hacedores supremos, los títeres que manejan a su antojo a los protagonistas. La madre del magistral dicta con voz de capitán general los actos de su hijo, y es Amparo Rivelles quien se encarga, a golpe de mirada penetrante, de subrayar aquello de «donde hay madre no manda marinero». Ya que su vástago viste sotana, alguien ha de calzarse los pantalones. La expresión de la Rivelles en pie de guerra hiela la sangre y es suficiente para aplacar los amagos de rebelión del curita. Aunque peor lo tiene su amada/parroquiana, porque los cuervos revolotean dentro y fuera de su casa. Fuera, en la iglesia, en el parque, en las cenas de postín, las correveidiles y alcahuetas llegan con una sonrisa para venderla. Intramuros de su jaula de oro es una criada arribista que no pierde ripio del capital más valioso de este mundo: los secretos. Son Fiorella Faltoyano,Virginia Mataix, Cristina Marcos, María Lusa Ponte… un coro de temibles grajos al acecho de su víctima. La Faltoyano es una víbora sublime, que hace y deshace en la distancia, que, como aquella Isabelle de Merteuil de «Las amistades peligrosas», vive consagrada a las intrigas. Cristina Marcos, por su parte, pone escote generoso y mirada pícara a la sirviente conspiradora y sin escrúpulos. Mata o muere: los pobres a veces no tiene más alternativa.
FRACASO ASEGURADO… O NO.
Méndez Leite supo arreglárselas para condensar mil páginas en tres capítulos de hora y media cada uno. Si bien, como ocurre en casi toda adaptación de obras de un grosor considerable, lo suyo es más un «best of» que una recreación intensiva, el madrieño supo captar la esencia de cada tramo de la historia, de cada personaje. La escenografía es soberbia, sí; pero es el trabajo de casting el alma absoluta de su «Regenta». Hasta el más insignificante de los paseantes en la novela de Clarín encuentra en la versión deMéndez Leite su alter ego ideal gracias a dos cimientos innegociables: personalidad y talento.
Con tales mimbres argumentales y temporales, con semejante lenguaje literario, «La Regenta» debería haber sido un fracaso estrepitoso en aquel (ya lejano) 1995… pero no. La mini-serie auspiciada por la televisión pública batió récords de audiencia. El «pueblo» pareció encajar con no poco gusto una historia en la que, al fín y al cabo, se desmenuzan valores y sentimientos universales. Fue un broche de oro para el tándem literatura-televisión en España -obviando, por razones de salud mental, una posterior adaptación de Blasco Ibáñez creada para mayor gloria de la bióloga-actriz-presentadora y quinceañera ad eternum, Ana Obregón-. Los melancólicos y los curiosos pueden regocijarse una y mil veces en las cuitas de Aitana/Ana Ozores gracias a su reciente edición en DVD. El resto pueden continuar con sus series de policías, hospitales y de tres amigos que son la monda. Unos pensarán que para gustos se hicieron los colores; otros, que no merece la pena darles margaritas a los cerdos. El abajo firmante, sin embargo, se reserva el derecho a eludir cualquiera de las dos opciones. Decidan ustedes.