Probablemente cuando David Lynch se prestó a producir la opera prima de Terry Zwigoff, un biopic documental acerca del dibujanteRobert Crumb, no estaba más que respondiendo a su proverbial instinto suicida, su apuesta constante por la extravagancia, sin imaginarse que Zwigoff y su cinta acabarían por hacer historia. Pero lo hicieron. «Crumb» es historia del cine documental por su apuesta inequívoca por la verdad, por «documentar», un término paradójicamente en desuso dentro del propio género. Y es historia del cómic, por versar de primera mano la vida de uno de los grandes tótems de las caricaturas, aportando toneladas de material gráfico y artístico de las diferentes etapas de Crumb. Por último, pero no menos importante (muy al contrario, porque es el punto fuerte de la obra) «Crumb» supone una radiografía humana dolorosa y divertida, patética y genial, de una mente, la deCrumb, lúcida en su desprecio a la sociedad moderna, pero al mismo tiempo alimentada de la misantropía y la misoginia que anidaron en él un padre tiránico, una madre sobreprotectora adicta a las afentaminas y un par de hermanos arrasados por la enfermedad mental. El mundo de Robert es una formidable bola de disfuncionalidad y, como él mismo admite y Zwigoff se encarga de plasmar con meridiana claridad, sólo su talento y la aceptación social que conlleva el éxito le separan de una vida en la marginalidad. ¿Cómo, si no a través de la erótica de la fama, podría haber creado una familia semejante inválido emocional que odia el contacto humano y arrastra multitud de traumas sexuales?
Zwigoff nos pone cara a cara con el hombre que rechazó ofertas millonarias de los Rolling Stones para ilustrar sus discos, que manda a paseo sin pestañear a los hombres del maletín de Hollywood, ávidos de llevar a la gran pantalla algunas de sus historietas; y lo hace mostrándole en todas y cada una de las situaciones de su día a día; una rutina consistente en dibujar de manera casi compulsiva, escuchar discos de la posguerra y disfrutar de su hija («la única persona que de verdad he amado»). Eso, en lo referente al lado «amable» del documental, antes de ser testigos del encuentro entre Crumb con sus dos hermanos varones. El menor, Maxon, una suerte de vagabundo pseudo-fakir, y el primogénito, Charles, que comparte techo con una madre neurótica, es alérgico al mundo exterior, y vive anestesiado por los psicotrópicos. Desde «El desencanto» de Chávarri no se veía en la gran pantalla semejante cúmulo de almas destruidas en una sola familia. La visión de esas vidas truncadas, encajada con dureza por el observador «neutral», constituye, sin embargo, una muestra más de la idiosincrasia de Crumb, quien asiste con una sonrisa entre nerviosa y embargada por el pudor a los relatos de suicidio de su hermano mayor (suicidio que consumaría apenas un año después de finalizado el rodaje del film), o sienta sus posaderas con toda normalidad en el suelo del antro que habitaMaxon… «La vida es así, y yo no tengo la culpa», es todo lo que parece transmitir Robert a la cámara con esa mirada siempre escéptica, con ese eterno rictus de fastidio.
«Crumb» queda muy lejos de la habitual biografía autoindulgente del genio, o de la oda al falso romanticismo de la locura en el arte (aunque Crumb no haya tenido jamás ni un pelo de loco). Zwigoffintroduce con criterio salomónico entrevistas a críticos de prestigio, alguno de los cuales deja caer durísimas críticas hacia la obra del californiano; durísimas y no faltas de cierta lógica cuando se sugiere que el trabajo de Crumb, aun disfrazado de sátira moral o social, no deja de ser la materialización en tinta negra de las fantasías enfermizas de su autor. La mujer es para él foco permanente de rechazo y temor; sus dibujos, el exorcismo de tales demonios.
Pero ni rechazo ni temor provoca en uno el visionado de este paseo por los laberintos mentales del protagonista. Quizá sí ternura, quizá un sentimiento cómplice ante el prodigio de quien ha cultivado fama y fortuna explotando su propias fobias. Fascinación ante ese monumento andante a la rareza humana que es Robert Dennis Crumb.