Michael Winterbottom se enfunda de nuevo la chaqueta de activista y, después de su denuncia del campo de tortura de Guantánamo («Camino a Guantánamo», 2006) se lanza a relatar, apoyándose en hechos reales, el secuestro de un periodista en Pakistán a manos de fanáticos islamistas. El corazón invencible es, como se puede intuir, el de la mujer del susodicho, periodista como él, y que mueve cielo y tierra en su búsqueda dentro de una intriga política con tintes de policíaco que Winterbottom conduce a la perfección, haciendo gala de un vibrante frenesí narrativo que conguja gravedad y entretenimiento. La última del director inglés no tiene el potencial acusatorio de «Camino a Guantánamo», y es que aquí centra más su interés en la odisea emocional de esa esposa coraje (embarazada, para más inri) que en el manifiesto antibélico. En cualquier caso, algún que otro dardo sí que se lleva todo ese dichoso contubernio de EEUU-Al Qaeda y demás.
Lo que en principio se adivinaba como profecía del (posible) desastre, la elección de Angelina Jolie para encarnar a una cubana, termina siendo el gran acierto del film. La Jolie es grande. Muy grande. Y lo demuestra a poco que, como sucede aquí, alguien le dé la oportunidad de deshacerse de su eterno rol de come hombres. Algo siempre complicado, teniendo en cuenta lo escandaloso de su físico; sin embargo en «Un corazón invencible» tira de caracterización y de vestuario casual y compone la que, probablemente, sea su mejor interpretación hasta la fecha. Exhibe su fuerza, su ímpetu femenino, pero sabe mostrarse igualmente frágil llegado el momento. Soberbia Jolie.
Con «Un corazón invencible» Winterbottom rompe con la que parecía ser su maldición personal: un director incapaz de hilar dos buenas películas seguidas. Nos había acostumbrado a esa especie de montaña rusa creativa con grandes picos artísticos continuados de grandes batacazos; pero con las desventuras de la Jolie y la anterior «Tristram Shandy» encadena un par de excelentes películas en las que además deja clara su versatilidad, moviéndose sin complejos de la comedia desenfadada al drama más comprometido. Puede que el suyo sea un reino de ciegos, pero él de tuerto no tiene nada.