Pere Portabella rinde un libérrimo tributo (anárquico, desde el punto de vista narrativo) al genio musical del barroco por excelencia en el que todo, desde una pequeña trama ficticia construida alrededor del traslado de un piano, pasando por breves apuntes de la vida del compositor, o alguna que otra pincelada en clave documental, está destinado a desembocar indefectiblemente en las melodías del tributado. Portabella hacer sonar a Bach en su medio natural, el regio órgano de una iglesia; pero igualmente suenan esas notas sacras en entornos bastante menos habituales, como un vagón de metro o la cabina de un camión. Música sagrada incluso para los no creyentes, es lo que parece insinuar el director catalán.
«El silencio antes de Bach» es ante todo un divertimento para el propio realizador, que se sabe ajeno a cualquier circuito comercial. Un divertimento a compartir, tal vez, con los interesados en la figura de Johann Sebastian Bach, o en su obra, sin que deba esperarse ninguna glosa exhaustiva de su vida y milagros ni cualquier otro criterio más que allá personal muestra de admiración del inclasificable Portabella.