«Caótica Ana» es el tributo de un hombre a su hermana muerta -a su hermana «que se fue», como reza la dedicatoria final-. Pero es el tributo de un hombre, Medem, que vive permanentemente alojado en la poesía y en lo onírico, a veces en lo sobrenatural. Por ello «Caótica Ana» no podía ser un réquiem al uso, sino algo mucho más complejo, como compleja es la personalidad del personaje epicentro del relato. Medem parece ver a su hermana, o al menos al alter-ego que ha imaginado para ella, como una mujer que encierra muchas mujeres distintas, mujeres que vivieron otras vidas, otras épocas. Y es precisamente esa carga mitad mística, mitad new age, la que en parte tira por tierra la potencia que siempre se le supone al cine del director vasco. Nunca le tuvimos por un charlatán ni por un iluminado, pero en su última obra, probablemente por el deseo consciente o inconsciente de dar carácter supraterrenal a su hermana desaparecida, se abandona a terrenos que van más allá (demasiado más allá) del universo fantástico al que nos invita en cada una de sus películas y cae en infumables y estereotipadas divagaciones propias de la pseudo-religión. Pero hay motivos para el optimismo, a pesar de todo. Esta «Caótica Ana» puede ser un proyecto fallido, sin embargo aquí y allá encontramos algunas de las constantes más atractivas en la personalidad de Medem. Su visión del amor como un acto de entrega total, espiritual y física; desear tanto al otro hasta casi querer vivir dentro de él. Su Ana ama de esa manera y también vive su sexualidad de la manera libre y desacomplejada con que lo hacen siempre las heroínas de Julio. El otro axioma inamovible en cualquier relato de Medem, la casualidad, el juego del destino, sobrevuela de punta a punta «Caótica Ana». Y siguiendo con las debilidades del autor de «Vacas», el que es casi siempre su talón de Aquiles: su querencia por actrices elegidas más por sus encantos carnales que por su talento. Manuela Vellés se suma a las Silke, Najwa Nimri, Paz Vega y demás caras bonitas de hipnótica carrocería pero de limitadísimas prestaciones cuando llega la hora de actuar. Entre los problemas de vocalización de la preciosa Manuela y el hecho de que medio reparto está compuesto por actores extranjeros más le habría valido a Medem incorporar subtítulos de serie a su historia.
Como buen creyente en las leyes del azar y el libre albedrío, bien sabe Medem que entre el querer y el poder va un trecho. Nadie duda de que ha querido parir su mejor película, que ha cuidado cada detalle, que ha llenado de belleza casi cada fotograma; pero no ha logrado que su mensaje cale en el espectador y ha acabado entregando su trabajo más irregular hasta la fecha. Aún así, unMedem menos inspirado de lo normal sigue jugando en una liga superior a la del resto de sus compañeros de la piel de toro. Todos los grandes han de tropezar alguna vez para volver a levantar el vuelo con más fuerza si cabe. Por eso son grandes. Por eso son únicos.