HollywoodlandEl primer tipo que se calzó las mayas del héroe Superman, en su caso para la televisión, respondía al nombre de George Reeves -nada que ver, que se sepa, con Christopher Reeve – y su historia es la del enésimo juguete roto y mártir de la fábrica de sueños desde que unos cuantos locos decidieran, allá por los comienzos del siglo XX, levantar de la nada una industria llamada cine en algún punto de la soleada California. Reeves se consideraba a sí mismo un actor serio, un actor para la gran pantalla llamado a convertirse en una leyenda a la altura de Gable Burt Lancaster , pero, o bien sobreestimó su propio talento, o bien sucedió que, sencillamente, la suerte es una señora ramera; sea como fuere, acabar disfrazado de súperheroe en una producción de tercera para la caja tonta, a pesar del tremendo éxito que consiguió, no colmó ni de lejos sus expectativas. El hombre puso fin a su carrera de un certero disparo en la sien a finales de los años 50, generando, a su modo, una cierta leyenda; aunque a buen seguro no la que siempre soñó. 

«Hollywoodland» reconstruye los últimos meses de vida de Reevesy juega con la inevitable teoría de la conspiración que suele rodear a casos como el suyo. Para algunas mentes calenturientas fue asesinado, y son esas suposiciones las que dan pie a Allen Coulterpara desarrollar una mezcla de policíaco y drama pasional que trata de encajar las piezas del hipotético asesinato, al mismo tiempo que pone sobre el tapete una serie de circunstancias que demuestran que, efectivamente, George no necesitó que nadie apretara el gatillo por él. 

A pesar de llevar un buen puñado de años curtiéndose en la televisión, «Hollywoodland» supone el debut en el celuloide de Coulter , aunque nadie diría que se trata de un novato. Ha sabido dotar a su cinta de un inequívoco sabor a cine negro, a clásico, que entronca de manera soberbia con los años que retrata y en absoluto acusa los tics y el frensí propios de las producciones televisivas modernas a las que hasta ahora se había entregado. Se toma su ópera prima con calma, afrontando las secuencias con la misma parsimonia con la que su personaje principal paladea los Jack Daniels de buena mañana. Construye la historia a base de flashbacks, pero montados con inteligencia y claridad, evitando cualquier atisbo de confusión. Ni siquiera la elección del mediocre Ben Affleck para encarnar a Reeves supone una mácula demasiado molesta, porque de suplir las carencias del ex de Jennifer Lopezse encargan un estupendo Adrien Brody y secundarios de lujo como Diane Lane -no nos cuesta imaginarla reinando en aquellas fiestas del «todo Hollywood»- o Bob Hoskins 

Un emocionante viaje a las entrañas de la vieja Tinseltown, tierra de vino y rosas para unos, pozo de miseria para muchos otros. Por cada Errol Flynn que exprimía su éxito hasta las últimas consecuencias, dentro y fuera de la pantalla, docenas de George Reeves se quedaban por el camino como meras promesas sin cumplir. En ese sentido, casi nada ha cambiado en el boulevard de la fama.