Yo-de-Rafa-CortésRafa Cortés inicia su peregrinar por el valle de lágrimas del cine español con una cinta extraña, aunque absorbente, que ha pergeñado mano a mano con el actor hispano-alemán Álex Brendemühl, quien además hace un trabajo sobresaliente protagonizando la historia. Álex es, de largo, lo mejor del debut de Cortés.

«Yo» transita por el trance de la pérdida de identidad, quizá de la locura; y es que nada está demasiado claro en ese pueblo mallorquín al que llega el personaje protagonista en busca de un jornal. La atmósfera es sospechosamente tranquila en esa comunidad insular, a lo que colabora una banda sonora que no por típica (que lo es) deja de arrojar un poso de desasosiego. En el fondo, casi todo en «Yo» son grandes promesas que se quedan en muy poco. La indefinición en todos y cada uno de los personajes o lo vago del propio relato conducen inexorablemente al tedio, esa inevitable desconexión cerebral que acontece cuando no entendemos nada o prácticamente nada de lo que vemos u oímos.

Pasa mucho: a veces las películas son obras maestras cráneo adentro de su autor que se echan a perder camino del set de rodaje. O eso, o ni siquiera el propio Cortés tenía muy claro de entrada qué demonios quería contar. Por ahora el director balear se queda en un (limitado) émulo de Polanski.