Al parecer a Depardieu aún le da, con sus años y sus kilos, para conquistar a esa belleza casi irreal llamada Cécile de France. O al menos eso debe opinar Xavier Giannoli, responsable de embarcarlos a ambos en este drama de trazas romanticonas en el que un baladista de tercera regional (el propio Depardieu), forjado en mil y un bailes de la tercera edad, cae rendido a los pies de una bella joven (la señorita De France) que, en cierto modo, le devuelve la fe en el amor y en todas esas letras de las canciones melosas con las que se gana el pan.
A priori, “Chanson D’Amour” puede antojarse como un conglomerado de tópicos y lugares comunes, y de hecho así es. Ni siquiera hace Giannoli por apelar al platonismo de la relación entre el hombre maduro y la chica confundida de, por ejemplo, “Lost in translation”. El personaje de Depardieu es un Don Juan decadente, papel que no podría sentarle mejor al que fuese Cyrano de Bergerac, y actúa en consecuencia, echando mano de lo que fue y lo que es. En cuanto al personaje de De France, el objeto de su deseo, sí que anda algo confusa y deprimida, aunque Giannoli no tiene a bien profundizar demasiado en sus desvelos o en el porqué de que semejante sílfide ande sola por el mundo alternando en bailes de salón para jubilados. Un desliz, ése, perdonable tal vez si “Chanson d’Amour” se centrase adecuadamente en la historia común de los protagonistas. Pero ni por ésas. El realizador francés trufa su cinta de transiciones narrativas de una brusquedad insólita que incluso llegan a dar la sensación de que alguien en la sala del montaje no estuvo demasiado atento a la cuestión cronológica. Quizá por ello, quizá por la química imposible entre Depardieu y De France (muy bonita, pero muy fría, como todo bombón francés que se precie), el choque de emociones que el relato da a entender en su desarrollo y en su desenlace nunca llega a ser algo palpable a este lado de la pantalla. Eso sí, sin el gran Gérard de por medio, la cosa se habría puesto aún más tibia. No hay duda de que su sola presencia llena de contenido cada encuadre, y no se trata sólo de una cuestión de volumen.