Desentenderse por completo del público a la hora de afrontar el proceso creativo puede ser un arma de doble filo. Por un lado se conservan la independencia y la claridad de ideas, y el artista plasma sin otras consideraciones exactamente aquello que tenía en mente. Pero yéndonos al otro extremo, y eso es lo que le ocurre a la última película del hiperactivo Takeshi Kitano , se corre el riesgo de que nadie entienda un pimiento. Eso, el entregar un producto hermético e indescifrable, lleno de símbolos y referencias que, muy probablemente, ni el propio director tenga muy claros, rara vez funciona. Ni siquiera auténticos especialistas en lisergia y criptocine como Lynch o Greenaway se libran de algún que otro sonoro batacazo.
En «Takeshis'» el director japonés parece abrirnos de par en par las puertas de su duermevela y su subconsciente. Son constantes las alusiones al mundo del cine, sus chupópteros y sus arribistas, o al menos algo de eso intuimos. Pero el relato, si es que se puede llamar así a algo tan caótico, avanza en zig-zag, se desplaza hacia atrás y hacia delante en el tiempo, e incluso cruza a universos paralelos en los que Kitano se desdobla. Mezcla balaceras entre chulos y yakuzas marca de la casa con secuencias de claqué o alusiones a algunos episodios de su carrera en el show-business -además de realizador y actor, Beat Takeshi ganó fama y fortuna con el programa de televisión «Takeshi’s Castle», aquí conocido como «Humor Amarillo»-. Todo ello contado, eso sí, con las maneras impecables del director de «Dolls» y con sus habituales dosis de calma-tormenta, lo cual ayuda en cierto modo a sobrellevar tanta confusión.
Con toda seguridad aquellos graduados cum laude en la vida y milagros de Takeshi sabrán apreciar este delirio a muchos más niveles que los más o menos iniciados o los humildes neófitos. Para estos últimos no hay piedad: asistirán a hora y media del exorcismo personal de Kitano con la inevitable sensación de que alguien los observa partido de risa desde la habitación contigua.