Caminar por el filo de la navaja, como hacen Aronofsky y su cine, conlleva riesgos. Es posible pasar de facturar genialidades como la lisergia matemática de «Pi» o la paranoia politoxicómana de«Requiem por un sueño» a darse el tortazo padre con una obra tan infumable como «La fuente de la vida» . Aquí Arofnosky cae en el caos narrativo absoluto y se despacha con arrebatos new agedignos de esos anuncios de perfumes franceses con ínfulas artísticas que, en el fondo, sólo camuflan las más infames horteradas.
Darren se ha quejado amargamente de que el público no ha entendido su película, pero seamos francos: si mezclas presente con Edad Media y dimensiones paralelas, dejas caer una docena de flashbacks aquí y acullá, y lo llenas todo de extraños simbolismos y metáforas, es probable no sólo que nadie entienda un pimiento, sino que, lo que es peor, que a nadie le importe lo más mínimo lo que tengas que contar. Cierto es que hay un buen sector de la audiencia que frunce el ceño en cuanto un guión contiene frases de más de tres palabras, pero ése no es el público de Arofnofsky y él debería saberlo. Sus incondicionales han acudido raudos a ver ésta fuente de la vida esperando la tercera vuelta de tuerca de la, hasta ahora, brillantísima carrera del neoyorquino y se les ha acabado cayendo el alma a los pies. Si su cinta resulta hermética e inabordable es, probablemente, porque no estamos en el mismo plano de consciencia que el director, y eso tiene difícil arreglo. Tal vez ayudarían algunas de las drogas de «Requiem…» , si no para entender los vericuetos de «La fuente de la vida» sí para asistir a su proyección mucho más relajados y dispuestos.
Hay formas bastante más sencillas de lanzar odas al amor y al eterno ciclo de la vida y, aunque entendemos que Darren esté lleno de felicidad mística compartiendo cama y paternidad con la maravillosa Rachel Weisz -el único rayo de luz dentro de este agujero negro de espiritualidad de garrafa y neo-hippismo-, la próxima vez más le vale canalizar toda esa plenitud hacia algo que no resulte en un pastiche indigesto y pretencioso. Visto lo visto, el lema promocional, «¿Y si pudieras vivir para siempre?», nos suena a temible amenaza.