A pesar de que el amo y señor de la pantalla durante las casi dos horas de metraje de «El ogro» es el camaleónico John Malkovich, la cinta de Schlöndorff, la historia que contiene, está poderosamente marcada por el universo infantil. La infancia del personaje del propio Malkovich, que se despacha con unas pocas -pero certeras- secuencias de su estancia en un hospicio, y los niños a los que casi acaba entregando su vida: cachorros del III Reich en cada uno de los cuales este huérfano apátrida se ve reflejado a sí mismo.
«El ogro» sirvió a Schlöndorff para, por un lado, reflexionar sobre los primeros años de vida, las primeras experiencias que definen indefectiblemente al hombre que se ha de ser. Por otra parte, y sin duda la más hiriente, la terrible huida hacia delante de Hitler que, perdida toda esperanza de victoria, empleó a niños en la defensa de fortalezas o en el mismo campo de batalla. Niños despegados de identidad, de padres y madres, y moldeados física y mentalmente como sumisos androides del nacionalsocialismo.
Schlöndorff huye de la retórica y el colorismo como de la peste. Es santo y seña del director de «El noveno día» barnizar la pantalla de tonos apagados, entregándose a un solemne ejercicio de sobriedad, una experiencia dramática y dolorosa. Relatar los hechos que «El ogro» relata conlleva inevitablemente un tremendo desgaste emocional: siendo alemán es difícil sustraerse a un cierto sentimiento de culpa al contemplar, aún de modo ficticio y desde detrás de una cámara, las vilezas que sus compatriotas cometieron unas décadas atrás.
En cuanto a John Malkovich, su carrera ha sido cualquier cosa menos regular, pero es buen amigo del riesgo, y sabe poner toda la carne en el asador cuando y donde es necesario. Este ogro fue un auténtico caramelo para un obseso del perfeccionismo como él y John saboreó a placer ese personaje que, en uno de sus soliloquios, dice ser «mitad hombre, mitad piedra».
De entre los kilómetros y kilómetros de celuloide que se han consagrado al Führer y a su reino del terror, Volker Schlöndorff ha firmado un buen trecho de los momentos de mayor inspiración. «El ogro» fue un destello más dentro de una carrera que dura ya cuarenta años. Un clásico moderno.