Idi Amin Dada, uno de tantos señores de la guerra que hicieron de las suyas en el continente africano durante el siglo pasado, justo después de que Europa dejara a su suerte a las antiguas colonias. Campo abonado para megalómanos y sociópatas, como el que protagoniza «El último Rey de Escocia» .
La película de Kevin MacDonald se acerca a la figura de Idi por personaje interpuesto; es decir, no nos da el punto de vista del dictador, sino el de alguien cuyo periplo vital no fue menos llamativo: el médico personal de Idi, un joven escocés que llegó a Uganda en busca de aventura para acabar convertido en mano derecha y consejero del hombre que, según cuentan las crónicas, fue responsable de la masacre de más de 300 mil ugandeses.
La seriedad y el buen pulso dominan la cinta. A pesar de que el sujeto alrededor del cual gira la historia podría haber propiciado una avalancha de escenas de tortura y dolor, en «El último Rey de Escocia» hay poco de eso. Demasiada truculencia habría alimentado el morbo en detrimento del leit motiv de la obra, que no es otro que realizar un perfil psicológico del monstruo, de sus motivaciones y sus delirios de grandeza. MacDonald acierta de lleno en su enfoque, pero a todas luces se queda algo corto en su semblanza del genocida, bastante más amable de lo que cabría esperar. En cualquier caso, es la suya una película más que correcta, en la que un nombre sobresale de forma rotunda sobre el resto: Forest Whitatker . Inmenso actor, con un físico y una presencia ideales encarnar a aquel abominable tirano, capaz de relajar esfínteres y provocar hiperhidrosis con un solo parpadeo. Whitaker es el alma y la piel de «El último Rey…» , y su trabajo es excusa más que suficiente para acercarse a esta fotografía del horror y la locura humana.