Conservadora, tradicionalista o predecible son, en principio, apelativos nada halagüeños para definir una obra. No son nada halagüeños, a menos que la intención de productores y director sea exactamente esa: realizar un drama de época sin demasiadas florituras, donde amor y entrega son los dos principales bastiones. El roce hace el cariño, en esa regla no escrita hace especial hincapié «El velo pintado» , y en la disyuntiva entre la pasión fugaz, pero altamente combustible, o las relaciones maduras y duraderas.
El hasta ahora poco conocido John Curran embarca a dos de las figuras más sólidas del Hollywood actual – Edward Norton y Naomi Watts – en una historia de infidelidades y reencuentros enmarcada en la China de principios del siglo XX, con una voraz epidemia de cólera como telón de fondo. Curran evita caer en la espiritualidad de diseño o en el idealismo facilón de los que se suelen contagiar muchos directores occidentales cuando acuden al lejano Oriente en busca de inspiración y lleva a cabo un retrato fiel de esa China tan mísera como oscurantista, fotografiada con sobriedad y primorosamente recreada, a donde empiezan a llegar los primeros ecos de la revolución comunista.
En una época en la que parecer moderno a toda costa o epatar a la bancada han convertido las pantallas de cine en una plataforma para la reiteración de discursos y estéticas, se agradece una propuesta clasicista -y casi tópica- como la de «El velo pintado» . Y es que el viejo drama universal de las parejas en conflicto, por suerte o por desgracia, nunca pierde vigencia.