roma-ciudad-abiertaCuando se han vertido litros y litros de tinta sobre unos hechos; cuando han sido objeto de infinitas glosas y estudios como es el caso de la cruzada nazi, las palabras comienzan a resultar absolutamente accesorias y es el momento de las imágenes. Imágenes como las de esta Roma de Rossellini , abierta en canal y sangrando a borbotones, herida casi de muerte por el sable fascista. Gentes rebeladas desde la miseria y el hambre; comprometidas por un instintivo sentido de la libertad.

Lo único que separa a «Roma» del documental es, aunque suene a perogrullo, la presencia de actores y de algo de atrezzo. Por lo demás, ni las penurias, ni la persecución de insurgentes, ni la tortura de inocentes fueron más crudas en la realidad de como Rossellini las retrató en su película mientras las llagas de la guerra aún seguían abiertas.

Piedra de toque del neorrealismo, «Roma» es pieza clave de este pasatiempo nuestro llamado cine. Pero no vamos a descubrir la pólvora en tiempos de guerra tecnológica. Esta ciudad abierta nos impresiona, sobre todo, por su verismo y por su capacidad para transmitir todas las sensaciones del conflicto bélico y la opresión. La obra maestra de Roberto Rossellini es un bocado a la historia no tan lejana de Italia y, por ende, del resto de Europa. Ahora que unos y otros no se ponen de acuerdo sobre qué deben aprender sus cachorros en las escuelas, no es mal momento para que callen todos, pulsar el «play» y dejar que hablen las imágenes que legóper secula seculorum el director italiano. Mientras tanto, en nuestra retina sigue perenne la estampa de una Anna Magnanidesgarrada corriendo hacia su propia perdición tras ese camión lleno de futuros mártires. Iconografía pura y dura de nuestro tiempo.